lunes, 26 de junio de 2023

LA ESPERANZA DEL ARTE EN BERLÍN (Neues Nationalgalerie)


La Neue Nationalgalerie está alojada en uno de los más icónicos edificios de Mies van der Rohe, un transparente cuadrilátero de hierro y acero, a orillas del berlinés Landwehrcanal.

Su colección permanente lleva por título The Art of Society, y cubre el periodo 1900-1945, con el propósito de mostrar la inextricable relación entre el arte y los cambios dramáticos que vivió la sociedad europea y alemana en aquellas décadas terribles.

La primera impresión que produce es la de un pavoroso relato de muerte, barbarie, guerra y revolución. La sombra del nazismo y el militarismo, con su espantosa inhumanidad y su furor destructivo, sobrevuela una gran parte de las obras que le gritan su angustia al visitante.  Sobrecoge pensar que estamos en el epicentro de aquel horror, en una ciudad que se consumió en su propia hoguera, que fue demolida hasta los cimientos en castigo por el mal que la habitó.

Pero, como por milagro, otro mensaje se abre camino entre los escombros. Más fuerte aún que el espanto es la determinación de los artistas perseguidos de expresarse, de ser libres, de mantener la esperanza, de luchar por un mundo en el que nadie pueda impunemente erigirse en dueño de la vida y la muerte de los demás. Donde el genio del espíritu humano y la libertad de expresión se impongan al miedo, la coacción y la censura. 














 

martes, 20 de junio de 2023

EL LENGUAJE DE LAS PIEDRAS EN EL CASTRO DE LAS COGOTAS (Tras las huellas de César IX)

 


Tengo especial debilidad por los vettones por muchas razones. Por sus verracos, como majestuosos guardianes del paisaje. Por sus necrópolis, con estelas y túmulos que trazan alineaciones astronómicas; por las evocaciones mágicas de sus santuarios, al mismo tiempo bárbaros y elegantes. Por los maravillosos nielados de sus armas; por la veneración que mostraron a las fuerzas de la naturaleza y a los caballos.

Pero lo que más me sobrecoge es la maravillosa ubicación de sus castros, el paisaje infinito que se domina desde ellos, la soledad de horizontes, granito y encinas que se respira al visitarlos. 

Hoy he vuelto al Castro de las Cogotas, en el municipio de Cardeñosa, a diez kilómetros de Ávila. Estuve con Ángela hace ya bastantes años y siempre he querido regresar. Es un castro muy singular: ya en 1876, la Comisión de Monumentos de Ávila recomendó a la Real Academia de la Historia que llevara a cabo excavaciones arqueológicas en el lugar, aunque hubo que esperar hasta 1927 para que las iniciará Juan Cabrera.  Sus hallazgos fueron tales que el yacimiento sirvió para denominar dos etapas de nuestra protohistoria en la Meseta: Cogotas I, en el Bronce Final (1200-850 a. C.) y Cogotas II en la Segunda Edad del Hierro (450-50 a. C.).  El nombre del castro se lo otorgan dos característicos berrocales, que se destacan en el paisaje, alzados en la confluencia del río Adaja y el arroyo Romanillos, hoy anegada por un embalse que en 2004 inundó la parte baja del yacimiento, previamente excavada.

Conduzco desde Cardeñosa por un camino de tierra en razonable estado y doy con la necrópolis del castro justo cuando éste aparece ante mis ojos. Hay estelas de granito tumbadas aquí y allá entre las encinas y espectaculares matas de cantueso en flor que inundan el aire con su amargo olor a páramo.  Me pregunto cuántos vettones escaparon al ojo experto de Cabré–que excavó ni más ni menos que 1469 tumbas de incineración–y continúan bajo tierra, conteniendo la respiración cuando llega un visitante.

Continúo hasta la entrada al castro y me encuentro con Belén, encargada de su supervisión por la Junta de Castilla y León. Se ofrece amablemente a mostrarme el lugar y así lo hacemos, recorriendo los vericuetos del castro, disfrutando de la mañana deliciosa, de la conversación y de la compañía de dos perrillos. «Son mis fieles amigos–explica Belén–me ayudan a echar a las vacas cuando se cuelan». Gracias a sus indicaciones veo todo aquello que, de otro modo, me hubiera pasado inadvertido: las piedras de molino por todas partes; las marcas que ayudan a distinguir los tramos de murallas originales, de los restaurados; las cazoletas–hoy llenas de agua–excavadas, acaso con propósito ritual, en el montículo de piedra que remata uno de las dos cogotas. 

Nos detenemos en el verraco que quedó a medio esculpir en una ladera que desciende hacia el Adaja. Nada como esa obra inconclusa habla del repentino abandono del poblado, de forma pacífica, a mediados del siglo primero a. C. Las Cogotas se sometió a las exigencias de César de abandonar el lugar y bajar al llano, mientras que otros castros, como Ulaca, plantaron cara, para su desdicha.  Unos y otros fueron obligados a trasladarse a una nueva población, probablemente Obila (Ávila), que tendría ya un marcado carácter ibero Romano.

Belén me conduce hasta la entrada del segundo recinto más próxima al embalse. «Antes de llegar al borde–me dice–mira al suelo; hay restos de cerámica por todas partes. Allí se excavó un gran alfar cuando iba a llenarse el embalse. Puedes sentir la emoción de tener uno de los fragmentos en la mano, pero luego déjalo donde lo encontraste. Fuera de aquí no significa nada».

Así lo hago. Y entonces, justo en la orilla, me encuentro a un caballo alazán que bebe y observa después la superficie del agua. Me mira un instante y devuelve la atención al horizonte, como si se sumiera en sus propios pensamientos. Recuerdo que el caballo era objeto de veneración por los vettones y siento un latido de emoción. Los dos permanecemos así largos minutos, haciéndonos compañía en silencio, absortos por el reflejo en el agua de las nubes que comienzan a fraguar sus tormentas. 

Antes de marcharme hago un alto en el cartel que he recordado durante todos estos años, desde que Ángela me hizo una foto apoyada en él, con aire soñador, en 2009: «Respeta el lenguaje de las piedras». Me pregunto qué servidor público sintió el impulso de hacernos ese regalo, cuando más bien estamos acostumbrados a que la señalítica nos castigue con prohibiciones o admoniciones.  Respetemos todos el lenguaje de las piedras. Qué hermoso. Escribir esto es mi forma de hacerlo hoy.




















martes, 13 de junio de 2023

El Templo de la Paz Augusta (ARA PACIS) en Roma


El maravilloso templo de la Paz Augusta, el Ara Pacis, fue erigido entre los años 13 y 9 a. C. por decisión del Senado romano para conmemorar las victorias de Augusto en Galia e Hispania. Originalmente estuvo situado junto a la Via Flaminia, en el Campo de Marte. Su recuperación arqueológica y reconstrucción fue acometida en vísperas del inicio de la Segunda Guerra Mundial; las perfectamente armoniosas proporciones clásicas del templo, su mármol eterno y su iconografía al servicio propagandístico de la Roma imperial fueron instrumentalizados por el tosco fascismo nostálgico de Mussolini. Qué disparate. Como si pudiera compararse la paz de Augusto con el mundo en llamas de los fascistas del siglo XX. 













 

miércoles, 7 de junio de 2023

EL FORO DE CÉSAR EN ROMA (Tras las huellas de César VIII)

 


Para quien siguen las huellas de César, llegar a Roma es encontrarse un festín inabarcable. Roma, más que una ciudad, es un milagro. El milagro del viaje del espíritu humano, de la perdurabilidad y la memoria, pero también de la erosión y la decrepitud del paso del tiempo. Roma no es eterna como no lo somos nosotros, pero tal vez sí represente como ningún otro lugar, aquello de lo que nos hace ser nosotros mismos que más merece la pena conservar.

Nuestro primer y principal punto de destino en Roma fue, como no podía ser de otro modo, el Foro de César, junto a la Vía de los Foros Imperiales. ¡Qué lugar tan asombroso, rodeado por el semblante aún visible de la Roma republicana e imperial y, al fondo de la avenida, el Coliseo como un trampantojo que desafía la imaginación! 

Una estatua en bronce de César, fundida en los años 30 del pasado siglo, cuando al fascismo le subía las pulsaciones rememorar las remotas glorias imperiales, preside el lugar. Los paneles informan al visitante: el proyecto del foro se puso en marcha en el 54 a. C. con la compra de las viviendas de la zona, que fueron demolidas para hacerles sitio al complejo. La consagración tuvo lugar ocho años después, en el 46 a. C., con tres de los laterales recorridos por columnatas porticadas que acogían tiendas y oficinas, y el cuarto y principal, presidido por el templo de Venus Genetrix, dedicado a la divina antepasada mítica de la familia Julia. La escultura de culto de la diosa, representándola con un Cupido apoyado en su hombro, fue encargada por el propio César al escultor griego Arcesilao.

El foro se mantuvo en su esplendor durante casi cuatro siglos, con la ayuda de una importante renovación acometida en el 113 d. C. por Trajano durante la construcción de su propio foro, hasta que un incendio destruyó el templo y causó grandes daños en el foro en el 283 de nuestra.

Hoy quedan en pie tres columnas, erigidas de nuevo en fechas recientes, recortándose contra el monte Capitolio y el cielo del atardecer romano. Producen esa ambigua sensación que siempre siembran en mi ánimo las ruinas del mundo clásico. La de un tiempo esculpido a escala humana que sigue preguntándose, en el silencio de la piedra, en qué momento perdió el rumbo. En qué encrucijada se extravió.