Uno de los alicientes de este libro de arte de la Trilogía de Aníbal es constatar cómo Sandra Delgado continúa alcanzando nuevas cotas de excelencia como artista. Esta ilustración es un perfecto ejemplo de ello: la composición es impactante y la atención se la disputan Asdrúbal y Titayú, el cielo con sus grandes nubes ingrávidas, los elementos arquitectónicos inspirados en vestigios arqueológicos púnicos, esa mano alcanzada en primer plano y, sobre todo, el kylix alzado resplandeciendo al sol. Espectacular.
La escena es además de las de mayor intensidad de la novela El cáliz de Melqart. Vayan unas líneas para abrir el apetito, evitando cuidadosamente los spoilers:
Asdrúbal se aproximó a Titayú, la tomó de la
mano y volvió con ella para situarse de nuevo tras el altar.
-Comienza el nuevo año –prosiguió-, y para
hacerlo propicio los dioses nos requieren someternos a la danza de la vida y la
muerte. Poner fin a una vida y dar comienzo a otra, mantener el equilibrio
mágico de la noche y el día, de Baal y Astarté, de Luc y Epona.
Hizo una pausa para recobrar el aliento y miró
a Titayú con el rostro encendido. La mastiena entornó los ojos en un gesto
ambiguo de gozo y ambición.
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