Hay museos en Madrid que tengo asociados de un modo irreversible al tiempo de las excursiones escolares. Es como si el Museo de Carruajes, la Real Fábrica de Tapices o el Museo Naval hubieran existido sólo entonces, desapareciendo después como otros tantos paisajes de la infancia.
Pero esta mañana he tenido ocasión de comprobar que, al menos, el Museo Naval aún existe. Eso sí, con un aire tan vetusto y decimonónico (en el folleto lo califican como "de evocación romántica"), que bien puede creerse que está exactamente igual, con las mismas vitrinas y cartelas, que cuando lo visité vestido con pantalones cortos.
No es, claro está, una crítica a la Fundación que administra el museo, que bastante hace con sobrevivir dignamente en esta época de penuria presupuestaria, sino un comentario al paso sobre las incongruencias de este país nuestro, que fue durante siglos la mayor potencia marítima del mundo, y hoy abandona a la incuria buena parte de su memoria, mientras sigue tratando de hacer la digestión de los excesos de la dieta de ladrillo con que nos atiborramos.
En todo caso, quede dicho que el Museo Naval sigue mereciendo, sobradamente, una visita, porque ofrece un prisma especialmente sugerente para observar la Historia a su través. Son destacables, por supuesto, las maquetas, en especial la del galeón Nuestra Señora de la Concepción y de las Ánimas (¡por cierto, vaya con los nombrecitos!), de 1687, con 90 cañones; la de la Santísima Trinidad, derrotada en Trafalgar que, con sus 136 cañones, fue el mayor navío de la época; o el de la fragata Numancia, que fue el primer buque acorazado en dar la vuelta al mundo, entre 1865 y 1867. Hay reproducciones de barcos que desencadenaron sucesos históricos, como el acorazado norteamericano Maine, o de progreso tecnológico, como el submarino de Isaac Peral, construido en el arsenal de La Carraca, de Cartagena, en 1888. Y hay rarezas históricas como los estandartes presidenciales de Azaña y Alcalá Zamora, o algunos mascarones de proa de lo más sorprendentes.
Pasad un día por el Museo Naval. Contemplad el sorprendente cuadro sobre la armada griega en Salamina de Rafael Monleón que da la bienvenida. Haced una contribución voluntaria para que pueda seguir abriendo por las tardes, comprad algo en la tienda (yo me llevo debajo del brazo "La cañonera 23", de Luis Delgado). Ayudemos a mantener vivo este venerable fragmento de otro tiempo.
En el café Gijón
30 de diciembre de 2012