Para buscar en Sevilla las huellas de Julio Cesar, más que mirar al suelo, el viajero curioso debe elevar la mirada hacia lo alto. En concreto, hacia el extremo superior de una de las dos espectaculares columnas romanas que se encuentran en ese extraordinario parque llamado la Alameda de Hércules. Allí arriba, sobre sendos pedestales apoyados en gigantescos y abigarrados capiteles, se yerguen sobre la ciudad dos estatuas que giran el cuello para mirarse de hito en hito. Una de ellas representa a Hércules, la otra a Julio César; el fundador mítico de la ciudad y el que, según la tradición establecida por San Isidoro, la bautizó como colonia Iulia Rómula Híspalis, calificándola así de «pequeña Roma» y añadiéndole el nombre de su propia familia.
Hay quien, como el historiador Antonio Caballos Rufino, lo rechaza. Caballos atribuye al procónsul Gallo Asinio Polión la concesión del título de colonia a la ciudad. La conclusión, según destacaba el titular del ABC que daba cuenta de los descubrimientos del historiador el 23 de octubre de 2016, era demoledora: «Sevilla no tiene ningún referente para sentirse vinculada sentimentalmente a Julio Cesar». Ahí queda eso. Siempre aparece algún iconoclasta para quitarle la ilusión a la gente.
Si
he llamado extraordinario a este animado parque sevillano es porque fue creado en 1574 y tiene a gala ser el más antiguo jardín público de Europa. Las
columnas fueron llevadas allí en aquel entonces, procedentes de la cercana
ruina de un antiguo templo de Hércules; tres columnas más pueden verse en el
que fue su emplazamiento original, en la calle Mármoles (¡sabia toponimia!). Este
templo, a su vez, probablemente las recibió cuando se abandonó el legendario santuario
dedicado a Trajano en Itálica, el Traianeum. Las estatuas aéreas de Hércules y César son obra de Diego de Pesquera, y representan ni más ni menos que a Carlos I en el papel
de Hércules y a su hijo Felipe II en el de César, tal y como explican los
grandes pedestales grabados de las columnas, dando sentido a los
escudos, con los símbolos de la monarquía hispánica, que soportan nuestros colosos.
Qué asombroso palimpsesto es la historia, y qué aliento de largo alcance
imprimió el mundo clásico en los pueblos que tuvimos la fortuna de formar parte
de él.
Una versión incluso más antigua de las estatuas de Hércules y César puede verse en la fachada plateresca del ayuntamiento sevillano, construido con motivo de la boda en la ciudad en 1526 de Carlos I con Isabel de Portugal, . Las estatuas, situadas a ambos lados del «arquillo» que comunicaba con el convento franciscano, miran en esta ocasión en direcciones divergentes, pero muestran igualmente la vigencia del mito fundacional de Sevilla como hija de Julio César y nieta de Hércules.