Hace doce años me embarqué en uno de esos proyectos
que inevitablemente han de acompañarlo a uno durante un considerable trayecto
de vida. Escribir un relato a lo largo de tres novelas es algo más que acometer
un desafiante proyecto literario. Se trata, más bien, de elegir, y construir a
continuación, un mundo paralelo en que vivir otras vidas, contemplar otros
paisajes, respirar otros perfumes, ganar otros amigos, lamentar otros enemigos,
librar otras batallas, alumbrar otros sueños. Y descubrir, al cabo, que en
realidad no son otros, sino los mismos con distintos decorados, ropajes y
rostros. En nuestras novelas respiran los mismos relatos de amor que en
nuestras vigilias cotidianas. Viviendo o escribiendo somos los mismos
individuos: eso es importante no olvidarlo.
Soy un hombre dado a dejar cumplido registro de los
comienzos y los finales. Es mi forma de dar paso a horizontes nuevos. Me gusta
atar cabos, apagar la luz, cerrar la puerta. Pero muy pocas veces puede ocurrir
de forma tan hermosa.
En el venerable local de la AEAE de la calle
Leganitos, durante los X Encuentros Hislibris –una delicia de principio a fin,
por cierto-, recibí el pasado 15 de junio el maravilloso honor de haber sido
considerado por el jurado de Hislibris el más destacado autor español de novela
histórica en 2019 por La cólera de Aníbal.
Recogí mi Celedonio junto a otros
admirados conciudadanos de nuestra república de las letras: Adonis Sánchez
Bonilla, Javier Veramendi, el equipo de Desperta Ferro… La gratitud que sentí,
y siento, es inmensa. Más aún por representar, en efecto, una suerte de
corolario final a la Trilogía de Aníbal,
y por tratarse precisamente de Hislibris, una de las más valiosas comunidades
de buena gente con la puede encontrarse un amante de la literatura, la Historia
y la conversación. El haber podido contagiar en tantos amigos una parte de la
emoción que me embargó en las innumerables horas solitarias de escritura es un
milagro inefable.
Perdón, solitarias no. Allí
estuvo siempre, con sus ojos verdes y sus hondas anudadas en la frente, mi
Anglea. De ellas son las luces, las penumbras, los prodigios, los secretos. De
ella son las palabras que ni siquiera en el mundo de libre absolución de los
relatos pueden ser pronunciadas.