jueves, 28 de septiembre de 2023

LOS CELTÍBEROS SEGOVIANOS QUE CONQUISTÓ TITO DIDIO (Tras las huellas de César XIV)




Habiendo visto a César cruzar con sus legiones la Sierra de Guadarrama por El Espinar para rendir un primer castro vetón a tan sólo 70 km de Madrid, ya en la actual provincia de Segovia, no me resisto a hacer una pausa y dirigir la mirada hacia el norte. Más adelante seguiremos sus pasos por la Sierra de Gredos en pos de vetones y lusitanos, pero llama la atención que nuestro romano no se sintiera amenazado por los aguerridos celtíberos y vacceos, que se extendían por la meseta norte hacia el Duero.

La realidad es que el piedemonte y las parameras segovianas estaban ya en un considerable estado de romanización. Toda la zona había caído bajo dominio romano durante las campañas del procónsul y gobernador de la Hispania Citerior, Tito Didio, más de tres décadas antes, en 98-94 a. C.  Se diría que el límite de la Citerior se estableció precisamente allí donde llegaron las legiones de Tito Didio, siguiendo aproximadamente el eje de la actual autopista A-6, quedando al sur de esta el extremo aún levantisco e inestable de la Ulterior, hasta que atrajo la atención de César.

En época de Tito Didio se aplicaba pulcramente lo que podríamos llamar el manual de las mejores prácticas de la romanización. En el 95 a. C., cuando Tito Didio se veía ya victorioso, el Senado envió una comisión senatorial para asistir al procónsul en la reordenación de los territorios conquistados al sur del alto y medio Duero. La extensa región se articuló alrededor de tres ciudades: Cauca, heredera de la gran villa vaccea de ese nombre; Segovia, auténtica encrucijada étnica, en la que predominaba la estirpe celtibérica; y la ciudad de nueva planta de Confluenta, en Duratón,  en la que se instalaron las poblaciones de las ciudades celtibéricas de la zona, principalmente la arévaca Colenda, situada en el emplazamiento de la actual Sepúlveda, a 7 km de Duratón, que fue arrasada por Tito Didio tras un asedio de nueve meses.

Una visita al museo de Segovia permite una rápida puesta en contexto sobre la Edad del Hierro segoviana y los primeros compases de la romanización. El museo está alojado en la llamada Casa del Sol, un antiguo matadero situada en un espolón de la muralla medieval, que ofrece una vista espectacular. Cuenta con salas dedicadas a las distintas etapas de la prehistoria y la protohistoria segovianas, con una especial atención a los numerosos vestigios protohistóricos en la provincia y al origen de la propia ciudad de Segovia. 

Según las fuentes escritas romanas, el núcleo indígena de Segovia fue tenido por vacceo primero y por arévaco después, por lo que probablemente tuvo parte de ambos pueblos. Son celtibéricos los rasgos de la muralla prerromana y del oppidum encontrados en el lugar donde hoy se alza el famoso Alcázar de la ciudad. Si además tenemos en cuenta que en la ciudad se han hallado verracos típicamente vetones como el jabalí y el toro, tallados en granito, que salieron a la luz en la calle Real, frente al atrio de la iglesia de San Martín, cabe imaginar Segovia como una gran encrucijada de pueblos célticos en el corazón de Hispania, en un lugar que era además un importante cruce de caminos. 

Tal vez fuera precisamente esa diversidad la que hizo tan perdurable el sustrato indígena. Segovia continuó estando habitada tras la campaña de Tito Didio y, posteriormente, durante la guerra sertoriana, tras el sometimiento de la ciudad a las tropas de Pompeyo, en el 75 a. C.  El nombre de Segovia apareció precisamente por aquel entonces, en un «as» acuñado en el último tercio del siglo I a. C. La onomástica céltica permaneció presente en las inscripciones funerarias hasta dos siglos después. 








 








miércoles, 13 de septiembre de 2023

LOS ROSTROS DE TARTESO

Fue una delicia poder volver con Ángela a la exposición «Los últimos días de Tarteso» en el Museo Arqueológico Regional de Alcalá de Henares, con el aliciente adicional, respecto a mi primera visita, de poder ver expuestos los ya celebérrimos «primeros rostros de Tarteso», descubiertos para asombro y celebración de los miembros del equipo de la excavación y de todos los amantes de la arqueología, en la última campaña en Casas del Turuñuelo, en Guareña (Badajoz).

Ya en la entrada nos avisan de que hay muchísimo público, y así es. El museo está de bote en bote. Produce una alegría extraordinaria. Creo que habrá un antes y un después en la arqueología española, siguiendo la estela y los hallazgos del proyecto «Construyendo Tarteso» que está haciendo honor muy merecido al CSIC y a la ciencia arqueológica española. Hay nutridos grupos guiados, familias enteras, curiosos y frikis de la arqueología, fotógrafos cargados de equipo.

Toda la exposición atrae una enorme atención, y no es para menos, porque, como ya conté en el post anterior, es una espectacular selección de piezas con una narrativa museística impecable. El patio de la hecatombe ceremonial es como una plaza pública de visitantes asombrados que ven, sentados en el suelo, sobre las fotografías de los esqueletos de los caballos, el vídeo sobre el yacimiento y el florecimiento tartésico en el Guadiana.

Pero las estrellas de la exposición son, claro está, los rostros de Tarteso.  Los visitantes se hacen―nos hacemos―selfies frente a ellos como si se tratara de las celebrities del momento. Y es que lo son: por sí solos merecieron una resonante rueda de prensa y han sido portada en publicaciones de todo el mundo. A su alrededor chisporrotea una excitada efervescencia entre los visitantes.  Nosotros no escapamos a ello. Es emocionante verlos por fin ante nuestros ojos, observarlos desde todos los ángulos; conmueve su serenidad, su suave sonrisa en los labios impecablemente perfilados, las narices esbeltas, los ojos rasgados con una eternidad de horizontes ignotos impresa en ellos. 

Creo que un día se considerará a estos rostros como un icono o un símbolo; algo así como las Giocondas de la Antigüedad. 
















miércoles, 6 de septiembre de 2023

LA SACERDOTISA ÍBERA DE CORDUBA (Dibujos Arqueológicos XXVI)

Una de mis piezas favoritas del Museo Arqueológico de Córdoba es una espectacular dama íbera, posiblemente una sacerdotisa, que se aferra la túnica en un gesto no se sabe si de angustia o devoción. Por una de esas carambolas de la toponimia, fue hallada en el Cortijo de las Vírgenes de Baena. Lástima que no haya llegado hasta nosotros su cabeza. La estatua decapitada acentúa el misterio que representa para el espectador la espiritualidad íbera, pero nos priva de un deseado encuentro cara a cara.