El 13 de julio de 2007 terminé de leer Trafalgar, el primero de los Episodios Nacionales de Galdós, y lo hice sabiendo que, si ningún mal azar venía a impedirlo, estaba tomando un camino cuyo transcurso me llevaría un buen número de años. Así ha sido, me lo he tomado sin prisa pero sin perder la pista, y el pasado 30 de junio, trece años y 45 episodios después, en el año del centenario del fallecimiento de su autor, concluyo Cánovas, y con él la más monumental obra literaria sobre el siglo XIX español.
Echo la vista atrás y siento en la garganta la textura del camino con la misma abrumadora materialidad con que lo he ido viendo tendido ante mí. ¡Qué extraordinario personaje, Galdós! Me viene a la memoria la exposición sobre él en la Biblioteca Nacional que visité poco antes del confinamiento. Nada me gustó tanto como esas ordenadas pilas de cuartillas apaisadas con los manuscritos de sus obras: todos con la esmerada caligrafía oblicua y los remiendos y goterones de la plumilla. El aire y la factura de los manuscritos dicen tanto del escritor como el contenido de sus libros. ¡Si lo sabré yo! Galdós es un pulcro cronista de los engranajes del espíritu, de las afiladas herramientas de la lengua castellana y de las vicisitudes de nuestra España. Se aplica a ello con más ánimo de empatía que de exhaustividad.
Con su literatura y su compromiso político y personal, Galdós demostró que la proporción en que se mezcla el éxito y el fracaso en la historia de España depende, más de lo que creemos, de todos y cada uno de nosotros. Creo que España es hoy mejor de lo que hubiera sido de no haber tenido a D. Benito narrando sus deslumbrantes contradicciones. Creo que él lo supo siempre y se entregó con generosa sinceridad, por mucho que ello supusiera que los intransigentes de entonces -que siguen hoy intactos entre nosotros- le privaran del Nobel en uno de los ejercicios de mezquindad a que nos tienen acostumbrados.
Ha pasado un siglo desde su muerte, y la lucha en que él se empeñó, la de lograr una España libre, justa, laica, próspera e ilustrada, que tome en cuenta a todos en un compromiso de concordia nacional, sigue librándose hoy, aunque sea de forma menos cruenta. En esa lucha siento que estoy de su mismo lado.
España no fue la misma después de Galdós.
Tampoco yo.