lunes, 23 de marzo de 2020

CARTAGINESES COMO NOSOTROS (Tras las huellas de Aníbal XIX)


El desdén de la memoria historiográfica colectiva de los españoles hacia Aníbal se limita a él: se extiende al conjunto de la presencia -y, por qué no, la herencia- púnica y fenicia en la España antigua. Pídase a un conciudadano medio ilustrado que mencione aunque sea tan solo un vestigio arqueológico púnico en nuestro suelo, y probablemente casi ninguno sabrá responder. Y eso aunque contamos, por ejemplo, con la que presume de ser “la necrópolis más extensa y mejor conservado del mundo”, Puig des Molins, en Ibiza (la antigua Ebusus cartaginesa), con su laberinto subterráneo de tres millares de sepulcros púnicos en hipogeos repartidos por la ladera de un montecillo próximo a la capital de la isla.

Aunque una visita al yacimiento y a su museo anexo es altamente recomendable -Ángela y yo la hicimos en una ya lejana Semana Santa pasada por agua-, el MAN nos ofrece una jugosa alternativa: media docena de vitrinas con una amplia representación de los ajuares funerarios sacados a la luz en la necrópolis. Hay en ellas campanillas y ungüentarios, collares y pendientes de pasta vítrea multicolor, amuletos, escarabeos, lucernas y navajas de afeitar suntuarias. Hay también hermosos huevos de avestruz que parecen hechos de mármol translúcido y traídos desde un pasado extinguido. Hay, sobre todo, deidades femeninas de terracota, con narices afiladas, ojos rasgados e intrincados peinados y tiaras. Representan a la diosa Tánit, que extiende sus brazos para acogernos en ellos. Todo tiene un fascinante timbre oriental o africano, exótico y ajeno en cualquier caso, como si correspondiera con más propiedad al extremo opuesto del Mediterráneo.

Creo que esa es precisamente la razón de la amnesia que profesamos hacia lo púnico. Es interesante, pero es como un apéndice -por no decir una excrecencia- lateral al curso principal de nuestro relato identitario. Nosotros, en realidad, tenemos a gala un prurito de europeicidad: somos griegos, romanos, visigodos o carolingios; no hay herencia más propiamente nuestra que la que viene del continente europeo. Lo otro, lo africano o asiático, a pesar de los siglos infundiéndose en nuestro ADN biológico, histórico y antropológico, no pasa de ser un pintoresco ornamento epidérmico, superficial. Romanos y visigodos están en el perímetro del “nosotros”. Árabes y cartagineses están en el del “ellos”.

No es más ni menos que una involuntaria expresión de xenofobia de baja intensidad, producto de marcos ideológicos cincelados durante toda nuestra historia moderna y contemporánea.

Me gusta pensar que con homenajes como esta declaración de admiración hacia la civilización que duerme en las vitrinas del MAN y en los hipogeos aún sin excavar del Puig des Molins, ayudo a ensanchar el perímetro del “nosotros”.