La penúltima de las ilustraciones de la serie correspondiente a El heredero de Tartessos es, en mi opinión, una de las más espectaculares. En ella, Anglea, Argantio y Lortas llegan a las ruinas del monumento funerario de un rey olvidado. Tanto en el texto de la novela como, sobre todo, en la magnífica ilustración de Sandra Delgado, es fácil reconocer que la fuente de inspiración ha sido el celebérrimo sepulcro de Pozo Moro, una construcción íbera de finales del siglo VI a.C. con influencias tartésicas y orientalizantes, descubierto en la localidad de Chinchilla de Montearagón, en la provincia de Albacete.
La torre, con un aspecto muy próximo al de la ilustración, puede contemplarse hoy en el patio central del Museo Arqueológico Nacional. Es algo impactante, una obra enigmática y fascinante, en especial cuando se presta atención a los relieves tallados en los sillares. Quien no lo haya hecho ya, que se apresure a acudir al MAN. No quedará defraudado.
A continuación reproduzco, como de costumbre, un par de párrafos que nos llevan al encuentro de la escena en El heredero de Tartessos.
Entonces
lo vieron: un montículo cubierto de túmulos que se confundían casi con la
tierra de la que parecían brotar como un rebaño de extrañas criaturas
geológicas; la alta hierba que los cubría se agitaba en la brisa como matas de
crines descoloridas. Caliza piafó inquieta y Anglea sintió que se le erizaba el
vello. Reparó de inmediato en las ruinas de una construcción en el punto
central de la necrópolis: parecía haber sido una gran torre de piedra ahora
desmoronada, con sus sillares desperdigados entre los túmulos circundantes. La
imagen le suscitó al tiempo una imprecisa aversión y una curiosidad urgente,
como si fuera una puerta abierta a secretos fascinantes pero turbios. [...]
Mientras Lortas hablaba Anglea
había rodeado la torre, contemplando absorta los relieves tallados en sus
sillares, claramente visibles ahora que la luz del día se hacía cada vez más
firme en la madrugada, hasta detenerse frente a uno que representaba la figura
de una diosa sentada rígidamente en una silla de tijera, con un voluminoso
peinado y el tallo de una flor de loto entre las manos.
-Astarté –murmuró, y juntando las palmas de las manos hizo una breve
inclinación de cabeza.
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