martes, 2 de diciembre de 2014

Espíritus de piedra en el Alentejo (Cuaderno de viaje de Portugal III)



Huele a jara y a corcho seco en el Alto das Pedras Talhas. Alguna divinidad antigua se ha apiadado de estos seres extravagantes que se han sentado a comer un bocadillo y dibujar en el corazón del agosto alentejano a las tres de la tarde, y nos ha enviado una brisa que poco a poco va cobrando fuerza, poniendo a conversar con suspiros y rumores a los alcornoques que nos dan una sombra escueta y sembrada de lamparones de sol. Frente a nosotros, corriendo colina abajo hacia el Levante, los grandes menhires graníticos apuntan sus secretos al cielo azul como llevan haciendo durante los últimos siete mil años. Más de dos millones de días. Produce vértigo imaginar que fueron tallados y puestos en pie por hombres como nosotros. Aquí encerraron ellos sus miedos y esperanzas, y anticipando solsticios y equinoccios se hicieron más fuertes que lo desconocido. Me pregunto si alguna obra de nuestro tiempo será tan perdurable como esta, y si nuestra espiritualidad le dirá algo al futuro como en esta tarde ardiente nos habla la de ellos.

El otro día, en el cromeleque de Xerez -por cierto, es delicioso que el portugués haya hecho derivar "cromlech" en "cromeleque"- alcanzamos el menhir central instantes después de la puesta de sol. Lo abracé y descubrí que en sus entrañas de granito aún latía el calor del sol. Sentí que tenía entre mis brazos la calidad de un ser vivo, o algo más que eso: una presencia intemporal que me ofrecía bienvenida y protección.

En un destello vislumbro lo que había en el corazón de quienes alzaron estas piedras cuando todo comenzaba.