«Los
últimos días de Tarteso» es una de las grandes exposiciones arqueológicas de
los últimos tiempos, un nuevo éxito del Museo Arqueológico y Paleontológico dela Comunidad de Madrid, que dirige Enrique Baquedano. El propio Enrique,
comisario de la exposición junto a Sebastián Celestino Pérez, uno de los
arqueólogos codirectores del yacimiento tartésico de Casas del Turuñuelo en Guareña
(Badajoz), que ha cobrado máxima actualidad esta semana gracias al sensacional
descubrimiento de las primeras esculturas con representaciones humanas de
Tarteso. Hacía mucho tiempo que no sentíamos una emoción semejante los amantes
de la arqueología en nuestro país. Gracias y enhorabuena a todos los miembros
del equipo de Construyendo Tarteso.
Volviendo
a la exposición, es admirable el modo en que los comisarios han conseguido, con
una cuidada selección de piezas; carteles y paneles informativos impecables; y
las espléndidas ilustraciones de Albert Álvarez Marsal (un clásico ya del
museo), Arturo Asensio y Juan Delgado, recrear Tarteso ante los ojos del
visitante. Parafraseando a Juan de Mata Carriazo, cuando presentó en 1960 el Tesoro
del Carambolo, ¡aquí está, por fin, Tarteso! (Por cierto, tomo buena nota del
acuerdo de la comunidad científica, alcanzado en 2011, de utilizar esta forma
del nombre, aunque es tarde para rebautizar mi novela, El heredero de Tartessos.)
Este
Tarteso se nos presenta en dos grandes momentos de apogeo: la etapa nuclear en
el bajo Guadalquivir, en los siglos VII y VI a. C., que concluyeron con la
llamada «crisis de Tarteso», y el brillante epílogo en el valle del Guadiana en
el siglo V a. C., que dio lugar a santuarios tan impresionantes como Cancho Roano
y, el más recientemente excavado, Casas del Turuñuelo. De una y otra época hay
piezas espectaculares. Espectacular la orfebrería exquisita de oro, como los tesoros
del Carambolo y el portugués de Herdade do Álamo (cuán a menudo pasamos por
alto nuestra estirpe común en la protohistoria, sea lusitana o tartesia) o los
candelabros de Lebrija. También los jarros de bronce con exóticas bocas
zoomorfas.
El
final de la exposición nos reserva una sorpresa impactante: una reproducción
del patio de Casas del Turuñuelo, con su hecatombe de más de 40 cadáveres de caballos,
sacrificados sobre el pavimento, al pie de la escalinata ceremonial. Una escena
sobrecogedora, ya célebre en la arqueología mundial, en la que puede adentrarse
por su propio pie el visitante.
Este
santuario, junto con los demás de la misma época, fue objeto de una serie de
complejos rituales que concluyeron con su destrucción deliberada alrededor del 400
a. C. Se celebraron banquetes rituales, se sacrificaron animales,
principalmente équidos, se incendiaron y demolieron los edificios, se
rellenaron de tierra y escombros y se cubrieron con una gruesa capa de arcilla
formando túmulos que han llegado casi intactos a nuestros días. ¿Qué sucedió?
¿Lo sabremos algún día? Tal vez en los numerosos túmulos extremeños, o en
la importante porción de Casas del Turuñuelo, que quedan por excavar este la
respuesta al enigma. Mientras tanto, Tarteso y sus santuarios, con las
evidencias que van revelando de una cultura y una religiosidad sofisticadas y
terribles, han terminado por atrapar, como un imán, la curiosidad colectiva;
basta con ver la extraordinaria afluencia de público en el museo. Sin duda han
contribuido a ello los dos magníficos episodios finales de la más reciente
temporada de la imprescindible Arqueomanía
de Manuel Pimentel y Manuel Navarro. Qué buena noticia que Tarteso y sus investigadores
estén de moda; ojalá eso sirva para atraer atención y recursos hacia la
arqueología y sus profesionales. Pocos territorios de investigación
arqueológica hay hoy en Europa tan apasionante como este Guadian, tartésico.
¿Qué nos deparará en los próximos años?
Dos
propinas si vais al Museo Arqueológico y Paleontológico a ver la exposición .
Una, la otra exposición temporal que alberga el museo, dedicado a Mauricio
Antón, artista referente en la paleontología. Y dos, la increíble librería de
Jaime, situada, como él dice, en el hueco de la escalera. Por cierto, que en
sus estanterías pasa el tiempo, en la mejor compañía posible, mi Tras las huellas de Aníbal. Todo un
honor.