viernes, 28 de marzo de 2014

Europa vista desde el Checkpoint Charlie en Berlín


En la esquina de Friedrichstrasse con Zimmerstrasse, en el corazón de Berlín, se conserva una réplica del Checkpoint Charlie, el puesto de control que entre 1945 y 1990 marcó como ningún otro el límite entre dos bloques militares e ideológicos que se disputaban el control del mundo. Por este lugar pasó el muro de Berlín (llamado por sus constructores, con ese eufemismo sarcástico de las tiranías, "muro de protección antifascista") entre el 13 de agosto de 1961 y el 9 de noviembre de 1989. Aquí se sufrió de modo especial aquella herida de 45 kilómetros de largo que hizo agonizar durante décadas a una de las ciudades más estrechamente vinculadas al destino de Europa. 270 personas murieron en ese tiempo intentando cruzarlo.

Dos grandes retratos instalados en 1994 por Frank Thiel, representando a un soldado soviético y otro americano, recuerdan aquel larguísimo tiempo de división de Europa, de vigilancia y amenaza mutuas. Un panel muestra uno de los episodios más dramáticos que aquí tuvieron lugar: el despliegue de tanques de ambos bandos enfrentados el 27 de octubre de 1961, cuando el fantasma de una nueva guerra sopló como una brisa hedionda por las calles de Berlín.

Suiza ha aprobado en referéndum poner nuevas barreras fronterizas al movimiento de los europeos. No es el único caso. En 2011 Dinamarca restableció los controles fronterizos con Alemania. En Reino Unido, Francia y Holanda prosperan partidos con idearios que limitan o liquidan la libre circulación prevista en los tratados. Y cada día somos testigos de los dramas inmensos de las fronteras de Europa, con una marea de humanidad doliente y desposeída llamando a su puerta.

En esta época de crisis e incertidumbre, Europa responde apresurándose a reconstruir sus fronteras. ¿Quieren fronteras, muros, barreras? Aquí encontrarán el más espléndido ejemplo. Pasen y vean la perspectiva de Europa desde el Checkpoint Charlie.









jueves, 13 de marzo de 2014

"Historia de un viaje de seis semanas": El Periscopio presenta los viajes de Mary Shelley por la Europa napoleónica


Mary Shelley, junto a su esposo Percy y su hermanastra Claire, realizó en 1814 y 1816 sendos viajes por el corazón de una Europa estremecida por el impacto de las guerras napoleónicas. El primero de ellos, del que ahora se cumplen dos siglos, tuvo lugar poco después de que París, tras la primera derrota de Napoleón, cayera en manos de la coalición formada por Prusia, Rusia, Austria, Suecia e Inglaterra.

Poco después del retorno de los viajeros a Inglaterra se produjo el regreso de Napoleón al poder y el llamado periodo de los Cien Días, que concluyó en 1815 con la derrota francesa ante los ejércitos de Wellington y von Blücher en la batalla de Waterloo. Al año siguiente los Shelley viajan de nuevo a Europa continental, con la monarquía ya restaurada en Francia mediante una suerte de protectorado británico. Gran parte de este segundo viaje transcurrió en compañía de Lord Byron en las proximidades de Ginebra, y de él surgió Frankenstein, el relato que convertiría a Mary en un referente literario mundial.

Una vez en Inglaterra, Mary recopiló en un libro sus diarios y cartas sobre ambos viajes, poniendo en manos de los lectores una obra que combina los avatares de un relato de viajes con un testimonio de primera mano del impacto del conflicto continental en el espacio europeo. Dos siglos después, la obra se nos presenta como un ejemplo arquetípico de la visión del mundo que desplegó el Romanticismo inglés, y de cómo esta visión sirvió para interpretar el cataclismo, calamitoso y liberador al mismo tiempo, que Europa vivió entre la Revolución francesa y la definitiva derrota del Imperio napoleónico.

El Periscopio, ese singular proyecto que un conjunto de amigos desarrollamos con Ediciones Evohé, publica por primera vez en español esta obra apasionante. He disfrutado enormemente traduciendola del inglés, y he compartido con Jaime Alejandre el placer de llevar a cabo la edición. Creo que os encantará el libro. El próximo lunes 17 de marzo lo presentaremos en el café Comercial de Madrid a las 19:30, en compañía del profesor de la Universidad Autónoma José Ramón Trujillo.

En caso de que no podáis venir, y queráis apoyarnos comprando el libro, podéis hacerlo en:




viernes, 7 de marzo de 2014

La Gran Catástrofe (La Primera Guerra Mundial en el Museo Histórico Alemán)


La Primera Guerra Mundial es algo más, o algo menos, que un acontecimiento bélico en el Museo Histórico Alemán de Berlín. Parece casi un fenómeno de agitación social, de retaguardia, en el que el frente se convierte en un turbio telón de fondo de borrosas imágenes en blanco y negro. Hay, sí, grandes bombas, armas y uniformes expuestos en vitrinas, pero parecen objetos ajenos, que poco tienen que ver con el acontecer de los seres humanos. En el folleto del museo merece tan sólo el siguiente párrafo:

En 1914 las contradicciones políticas de poder en Europa y la carrera armamentista condujeron a la Primera Guerra Mundial. Las esperanzas de una rápida victoria se despedazaron con el fuego nutrido de la guerra de trincheras. En 1918 Alemania se rindió, Guillermo II tuvo que abdicar.

Los paneles dan algunas pistas más. En la Urkatastrophe, la Gran Catástrofe, combatieron 70 millones de soldados, de los que 10 murieron, 8 fueron hechos prisioneros y 20 resultaron heridos. En una fría tabla se precisa. "Deutschland. Gefallene (Caídos): 1808000. Verwundete (Heridos): 4247000. Gafangene (Prisioneros): 618000".

En otro panel leo que 700.000 alemanes murieron durante el conflicto de malnutrición y enfermedades relacionadas. Observo estremecido los cascos perforados por balas y fragmentos de metralla y pienso que un día dieron una falsa sensación de seguridad a quienes los llevaron puestos, seres humanos como yo que tuvieron la mala suerte de vivir, y morir, la época equivocada. Leo el relato de la gran huelga de comienzos de 1918, cuando un millón de trabajadores se lanzaron a la calle gritando Frieden und Brot! (¡Paz y pan!).

Dan que pensar los carteles en que se llama a la población a que compre los bonos que financian la guerra. Los ciudadanos costean la guerra con su vida, su sufrimiento e incluso sus ahorros. Y el argumento para ello es la exacerbación del patriotismo nacionalista, con parecidos argumentos en todos los países contendientes. Claro que hay nacionalismos pacíficos y legítimos, y claro que no es igual moralmente el patriotismo de los agresores que el de los agredidos, ¡pero cuánto dolor han traído a Europa y al mundo aquellos que han hecho valer sus argumentos blandiendo, a modo de espada, una bandera!