Malco
trazó un arco con el brazo extendido, invitando a Adonibaal a contemplar la actividad
que transcurría a su alrededor.
Se
encontraban en la ribera arenosa del río, que en ese punto tenía una anchura de
unos ochenta pasos y un caudal aún abundante y bravío; eran tierras en las que
el verano se demoraba en llegar. En el centro de la corriente se sucedía una
secuencia de islotes alargados, cubiertos de vegetación. Los dos más próximos
estaban siendo desmontados por un gran número de trabajadores, vestidos
únicamente con andrajos y taparrabos, cuya condición de esclavos la
evidenciaban las cadenas ceñidas con grilletes a sus tobillos. Vigilados por
guardias y capataces, urgidos por gritos y golpes de látigo, extraían capachos
de arena oscura que era después transportada hasta la orilla en barcas formadas
por piezas de cuero cosidas entre sí. En la ribera la arena pasaba a un sistema
de cedazos móviles alimentados por un canal derivado del río, donde otro
contingente de esclavos la cribaba minuciosamente.
-¿Qué
te parece? –interrogó Malco, de buen humor- Aquí donde le ves, tu amigo Malco
ha convertido esta mina en una de las más productivas de toda la costa de las
Cassitérides.
Para conocer los libros de la Trilogía de Aníbal:
El cáliz de Melqart (Premio Hislibris Mejor Novela Histórica Española 2014)
La cólera de Aníbal (Premio Hislibris Mejor Autor Español de Novela Histórica 2019)
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