Tal vez sea el único caso en España: una ciudad que ha elegido la arqueología como el más prominente rasgo de su personalidad. Seguramente Mérida podría hacerlo también, pero la capitalidad regional de Extremadura es una poderosa distracción. El caso es que Cartagena ha resuelto presentarse a los visitantes como Qart Hadasht y, sobre todo, como Cartago Nova, y no le faltan credenciales para ello.
Aquel día visitamos buena parte de ese conjunto de joyas de la Roma imperial que hacen de esta ciudad algo extraordinario. Y más aún porque no es frecuente encontrar tanta solvencia en su puesta en escena.
Primero fue el museo del Teatro Romano de Rafael Moneo. El antiguo teatro sufrió un incendio en el siglo II d. C. y su cantería fue reutilizada para construir un mercado en su lugar. Hoy son visibles sus muros, y en ellos los sillares no son sino tambores de columnas y capiteles corintios, de los 250 que un día tuvo el teatro. Es una palmaria expresión física de que la Historia es un proceso acumulativo que actúa como una implacable maquinaria de reciclaje.
Después visitamos el Augusteum, un santuario imperial financiado por libertos con aspiraciones sociales y, más tarde, la Casa de la Fortuna, una domus con salida a la calle hábilmente expuesta en el sótano de un edificio de nuestros dáis. El detalle pintoresco fue el guía, quien, con vocación de monologuista del Club de la Comedia, se explayó sobre la vida y costumbres de los romanos con clara preferencia por aspectos escatológicos y procaces. Un detalle para la reflexión: bajo el cardo, aún se conserva el alcantarillado de la ciudad romana. Fue un lujo que los cartageneros no volvieron a disfrutar hasta el siglo XX, mil ochocientos años después.
La tarde concluyó en el barrio del Foro romano, al pie del cerro del Molinete. Hace un año que se puso a disposición del público este conjunto de dos ínsulas junto al decumano máximo de la ciudad: albergan unas termas y un conjunto de salas de banquetes para celebraciones sacerdotales. El incendio que destruyó el barrio sepultó los edificios hasta una altura de cuatro metros, y la excavación ha recuperado estructuras que, hasta ahora, sólo había visto en Herculano. Es algo magnífico, como también la cubierta metálica del lugar, y los paneles con infografías, y la profesionalidad de la guía. Y, si es excitante imaginar la vida que tuvo su transcurso aquí, cuando Cartago Nova disfrutaba de todo su esplendor, tal vez pensando que sería para siempre, no lo es menos alzar la vista y comprobar cuantos enigmas siguen ocultos bajo los escombros de los siglos en la prolongación del decumano, en las laderas del cerro del Molinete, bajo los edificios y las calles de toda la ciudad.
Le deseo mucha suerte a Cartagena en este empeño por hacer del pasado su mejor apuesta de futuro. Por su bien y por el de todos los acudimos a visitarla.
Marzo 2013