Hago un alto en la taberna de
la Serp, en lo alto de la antigua judería de Sagunto, para reponer fuerzas tras
la excursión matutina al castillo. Desde la terraza, con una jarra de cerveza
sobre la mesa, veo los farallones escarpados y los lienzos de muralla de la
Ciudadela, allá arriba, recortados contra el cielo azul. Es preciso subir para
hacerse una cabal idea del valor estratégico de este cerro de casi un kilómetro
de largo desprendido como un transatlántico de caliza de la sierra Calderona.
En él se suceden estructuras defensivas de todas las épocas, como un catálogo
poliorcético de todas las guerras e invasiones que en España han sido, desde la
anibálica que nos ocupa hasta la Guerra Civil, pasando por la huella romana,
árabe, medieval e, incluso, napoleónica. El castillo es un lugar agreste y
solitario, y las vistas vastísimas que se abren en todas direcciones producen
un desasosiego que anima a cruzar saludos con los visitantes cuyos pasos se
cruzan con los nuestros.
Quizá lo que más me ha gustado
ha sido el museo epigráfico que se apoya contra la muralla en un lateral de la
plaza de San Fernando. Sus cartelas explican de un modo ejemplar ese sutilísimo
tejido de tradiciones y creencias que dieron cimiento al mundo romano durante
siglos. No estaría mal, por ejemplo, que mantuviésemos la costumbre de celebrar
a los nuestros con inscripciones en el espacio público, como ese Publio Bebio
Venusto que quiso compartir la memoria de su amigo Quinto Varvio Celer, de la
tribu Galeria.
Algo más me ha costado dar con
los restos de la ciudad íbera: es preciso seguir un camino accidentado por el
exterior de la muralla, entre coscojas y lentiscos, para dar con tramos de
muralla y el arranque de una torre defensiva construidos con grandes sillares
en el siglo IV a.C. Se suda la gota gorda, pero merece la pena. Es la única
forma de entrever el aspecto que debió ofrecerle a Aníbal la antigua Arse íbera
en los tiempos en que se la consideraba inexpugnable, con su doble recinto
amurallado ciñendo la cumbre y las caderas del risco. Una cartela plantada en
mitad de la “senda íbera” nos advierte de que «no se dispone de material
arqueológico del célebre asedio, ya que en el siglo XX se lleva a cabo la
destrucción de la vertiente sur y oeste de la montaña para extraer piedra.
Algunas imágenes de la explotación muestran una gran cantidad de proyectiles
esféricos, que pueden pertenecer al armamento artillero utilizado por el
ejército cartaginés».
Sin embargo, como tantas
veces, es la memoria de los nombres la que nos hace próximo el pasado. Dice la
misma cartela: «De aquel momento histórico ha pervivido la toponimia de los
Altos de Aníbal».
Apartado y hermoso paraje, propicio para los ecos, este de los Altos de Aníbal en Sagunto.
Apartado y hermoso paraje, propicio para los ecos, este de los Altos de Aníbal en Sagunto.
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