jueves, 31 de marzo de 2016

LA ALTURA MÁGICA DE ULACA


Llegar al castro vettón de Ulaca al atardecer, cuando en las cumbres de Gredos se suceden los rompimientos de gloria y el mundo parece haber quedado deshabitado de repente, me produce una emoción difícil de olvidar. Llevaba mucho tiempo esperando ver el altar escalonado de los sacrificios, y ante él compruebo cómo, en las cubetas excavadas en el granito, el líquen ha reemplazado con la misma avidez a la sangre que se vertió en ellas hace dos milenios. Era imposible no escuchar los ecos de la espiritualidad de quienes oficiaron aquí sus ritos de la vida y la muerte.

Y después la sauna sagrada, tallada también en la piedra. Cuántas veces he dejado volar la imaginación viendo esa imagen: la escena de El heredero de Tartessos en que Gerión pasa su rito iniciático está inspirada en ella. Caigo en la cuenta de que ha pasado ya una docena de años desde que aparecieron Gerión, Anglea y los demás; es como si hubiera ido construyendo una familia paralela que en la altura mágica de Ulaca adquiere casi la materia de lo real.

Regreso cuando empieza a escasear la luz, buscando los hitos pintados de amarillo que jalonan el camino. El valle de Amblés se extiende hacia el horizonte como un mundo remoto e inaccesible. A mi espalda crece una soledad sin límites. Me parece imposible que Madrid espere a poco más de una hora de carretera.





















viernes, 18 de marzo de 2016

EL BERRUECO: EL CERRO DE LOS VETTONES (Tras las huellas de Aníbal V)


Aunque el trayecto de la célebre expedición de Aníbal a la Meseta en la primavera de 220 a. C., a tierras de vettones y vacceos, no se conoce con precisión, los especialistas estiman que el tránsito desde el valle del Tajo en tierras extremeñas hacia la Meseta Norte debió producirse por el ancho corte en el Sistema Central, entre las sierras de Gredos y de Gata, conocido como la Cañada de Béjar. Es un paraje espectacular, especialmente en primavera: las laderas que ganan altura poco a poco hacia el puerto de Béjar (924 m) están tapizadas de cerezos y retamas en flor, produciendo un mosaico de teselas vegetales en todos los tonos de verde, amarillo y blanco. En las proximidades de Béjar el paisaje se abre hacia la izquierda en ondulaciones agrestes hacia el horizonte, mientras que a la derecha se prolonga la cadena de montes próximos, amenazantes, con sus cumbres aún nevadas. Hay canchales de granito repartidos por todas partes, como si hubieran caído en desorden del cielo. Y a lo lejos, oscuro y aislado, rodeado de un vasto circo de montañas en la distancia, emerge el cerro de El Berrueco. 

Tomamos una carretera secundaria y nos dirigimos hacia él por el fondo de un valle de un valle cubierto de robles con la ramas aún desnudas; y fresnos y castaños cuyos primeros brotes crean una evanescente niebla de color verde pálido. Nos detenemos en el pueblo de Medinilla donde, en un antiguo lavadero de piedra y con un exiguo apoyo público, principalmente municipal, un grupo de arqueólogos enamorados de su trabajo han puesto en marcha un ejemplar centro de interpretación del cerro. Por pura casualidad resulta que llegamos en un momento en que un miembro del equipo atiende a los visitantes (1º sábado y domingo de cada mes de 11:00 a 13:00 horas), y así conocemos al Dr. Óscar López Jiménez, Director Científico del proyecto. 

De su mano descubrimos la larga secuencia de núcleos habitados en el cerro, desde el Neolítico al Hierro, pasando por el Calcolítico y el Bronce. No es de extrañar dadas sus excepcionales virtudes para el control territorial, con sus 1.300 metros de altura y un área de dominio visual de 3.384 km2 a su alrededor, incluyendo las salidas de la Cañada de Béjar y del puerto de Tornavacas, hasta Salamanca.

En un conjunto de aterrazamientos que descienden por la falda noroccidental del cerro prosperó allá por los siglos IV y III a. C., el castro vettón llamado hoy de Las Paredejas, cuyo más brillante emblema es una espectacular diosa alada fenicia fundida en bronce. Desafortundamente del castro no quedan prácticamente vestigios urbanos; ni rastro, por ejemplo, de las poderosas murallas de otros célebres poblados vettones como Ulaca o Las Cogotas. Pero resulta interesante tomar nota, como nos señala Óscar, de que el paso de la expedición de Aníbal por estos parajes parece estar relacionado precisamente con el declive o destrucción de Las Paredejas y la emergencia del castro de Los Tejares en el castro vecino de La Atalaya. Por cierto que si los vettones de Las Paredejas debieron vérselas con los cartagineses de Aníbal, los de los Tejares se enfrentaron ni más ni menos que a los romanos de Julio César, el cual exigió mediante un decreto la completa destrucción de las murallas.

En todo caso, el centro de interpretación y el cerro merecen sin ninguna duda una visita. Y, de paso, puede comprarse algún artículo que ayude a mantener este magnífico proyecto.

No dejéis de visitar la página: