viernes, 23 de octubre de 2015

MEDINACELI entre la dignidad y el letargo


El arco romano de Medinaceli abre sus ojos atónitos al oleaje de montes verdigrises que se encrespan hacia el horizonte. Tras él la antigua ciudad de Occilis se debate entre la dignidad y el letargo. Acaba de comenzar octubre y ya hay en los ecos solitarios que alzan nuestros pasos una implacable promesa de invierno. Pero la ciudad aún lo pospone: hay conversaciones en el bar de la plaza Mayor, encendida por la dorada luz de las farolas; hay algunos visitantes pertinaces como nosotros taconeando por los empedrados; hay campanas tiñendo de metal el cielo estrellado. Después de cenar regresamos hacia el hotel rodeados la paciente soledad de la noche en los pueblos de Castilla. A lo lejos, en los grandes molinos de viento parapadean destellos de luz blanquísima como un enjambre de luciérnagas, inmóvil y efervescente.

Es importante venir a Medinaceli, visitar el palacio ducal, la Colegiata y el Aula Arqueológica con todo el esfuerzo y el afecto cívico que revela. Es importante entrar en los bares, los restaurantes y las tiendas, y charlar con los medinenses sobre cómo se ve el mundo desde las alturas de esta "ciudad del cielo". Es importante darse una vuelta por los pueblos próximos: por Somaén, Monteagudo de las Vicarías y Morón de Almazán, y hasta visitar el destartalado museíto del cercano yacimiento paleontológico de Ambrona, e incluso alejarse un poco hasta las salinas de Imón. Es importante porque la responsabilidad de mantener vivos nuestros pueblos la compartimos todos.

En la Colegiata de Medinaceli (Soria)
4 de octubre de 2015

Comimos en El rincón de Medinaceli, cenamos en Díptico y nos alojamos en el hotel Medina Salim. Todos merecen una nueva visita.












viernes, 9 de octubre de 2015

Elogio de la austeridad en Santa María de Huerta


Santa María de Huerta, desde el audiovisual que recibe al visitante, es un elogio de la austeridad. El canto gregoriano que resuena por todo el monasterio le sirve de banda sonora. Una única palmera, esbelta y desesperada, trata de escapar hacia lo alto de este severísimo encierro de piedra, hacia el cielo gris plomizo que se desliza despacio. En el refectorio, con su espaciosa nave, la frontera entre la luz y la piedra es al mismo tiempo nítida e imprecisa, como si todo se confundiera en un mismo silencio al contemplarlo. Son veinte monjes a 178 kilómetros de Madrid y parecen habitar un asteroide remoto extraviado en el espacio. En los monasterios que conservan una comunidad viva todo está empapado de una espiritualidad solemne que es preciso tomarse en serio. Aquí se siente uno más peregrino que viajero. ¿Quién no sentiría un anhelo imposible de permanecer, de disolverse en esta rutina letárgica donde todo está pautado por la regla de la Orden, donde todo parece repetirse hasta el infinito, como si hubiera desaparecido el mundo, el tiempo, la vida? Como si sólo perduraran la piedra y el silencio.l