viernes, 24 de enero de 2014

Napoleón Emperador Augusto (La columna de Austerlitz en la plaza Vendôme de París)


Es llamativo el modo en que la antigua Roma le ha servido de inspiración a no pocos de los proyectos imperiales que han surgido en Occidente a lo largo de los siglos. Desde los carolingios a los nazis y los fascistas italianos, pasando por los padres de la Revolución Americana, todos han sucumbido en alguna medida a la fascinación por Roma.

También fue el caso del Primer Imperio Francés. Hay innumerables ejemplos de ello, pero posiblemente ninguno tan elocuente como el que puede contemplarse en esa joya urbanística que es la plaza Vendôme de París, un rectángulo de elegante racionalismo neoclásico. En su centro se alza la columna que ordenó levantar en 1810 Napoleón III para conmemorar la formidable victoria de su tio, Napoleón Bonaparte, contra rusos y austriacos en Austerlitz el 2 de diciembre de 1805.

Austerlitz fue un hito histórico de la mayor trascendencia. En aquella localidad de Moravia se enfrentaron 72.000 franceses contra un ejército de 85.000 rusos y austriacos comandado por el Zar Alejandro I y el Emperador Francisco II. El genio militar de Napoleón le valió la victoria en aquella batalla "de los tres emperadores", que puso término a la Tercera Coalición creada contra él y, de paso, al Sacro Imperio Romano Germánico, que quedó extinguido tras el tratado de paz entre Francia y Austria.

Cuando Napoleón III quizo conmemorar aquella hazaña no encontró referencia más inspiradora que la del emperador Trajano. Y así, la columna de Austerlitz es un remake de la marmórea columna trajana de Roma, con los hechos bélicos recorriendo en ambas el fuste en un bajorelieve helicoidal. La columna de Vendôme, sin embargo, no está hecha de mármol, sino del bronce de los cañones ganados al enemigo en Austerlitz, y los siglos la han revestido de una pátina verdigris que contrasta con la piedra dorada de los edificios de la plaza.

Observo el conjunto y descubro que hay un poderoso sortilegio en el juego de colores y geometrías. Las fachadas contemplan impertérritas los 44 metros de bronce alzándose al cielo de París; y desde la altura la estatua de Napoleón, ataviado de emperador romano, pasea su mirada por toda la ciudad. Doy una vuelta alrededor de la base de la columna observando los relieves: uniformes vacíos, ruedas de cañones, tambores y clarines, sables y fusiles, estandartes. Resulta inquietante que no haya representada ninguna figura humana. A excepción de las dos mujeres aladas que sostienen la placa conmemorativa:

NEAPOLIO - IMP - AUG
MONUMENTUM - BELLI - GERMANICI
ANNO MDCCCV

Me marcho por la tarde de enero con una traducción improvisada dándome vueltas en la imaginación. Napoleón Emperador Augusto. Monumento a la Guerra contra los Germanos. Me pregunto qué pensaría Trajano si levantara la cabeza...










viernes, 17 de enero de 2014

La soledad de Carlos III en el Jardín Botánico


De tarde en tarde, cuando mis idas y venidas por la ciudad crean la ocasión, me gusta hacer un alto para asomarme al Jardín Botánico. Es siempre un lugar delicioso, con sus caminos flanqueados por árboles venerables y blancas estatuas de próceres dieciochescos, pero nunca me lo parece tanto como en estas fechas, en el corazón del invierno. En estos días de enero no es raro, a la hora de comer, pasar entre las columnas de granito que le sirven de entrada y descubrirlo sin ningún visitante, como si se hubiera accedido a alguna dimensión oculta en el centro de Madrid. La acústica se permite entonces un capricho y el tráfico del paseo del Prado se convierte en un rumor amortiguado y lejano, como si estuviera hecho del paso del tiempo.

No tardo en comprobar que no estoy solo: algunos gatos furtivos se mueven en silencio entre los parterres y hay un puñado de mirlos que me acompañan haciendo piruetas de rama en rama. Todo parece haber quedado inmóvil y a la expectativa: los estanques y las fuentes, las plazoletas con sus deshabitados bancos blancos. Observo los grandes árboles desnudos y tomo conciencia de que algunos de ellos, como ese viejo olmo que llaman el Pantalones, están aquí desde que en 1.781 se inauguró el Jardín. La Historia parece hecha de otro material, más provisto de realidad y aliento, cuando se ajusta a las dimensiones de un ser vivo.

Me encuentro entonces con la estatua de Carlos III. El mejor alcalde de Madrid parece disfrutar de su soledad mientras contempla sin prisa esta obra nacida de su carácter bienhumorado y curioso, mientras se llena los ojos de las ramas alzadas contra el cielo gris del invierno. Me alejo hacia la puerta sin hacer ruido, sintiéndome como uno de esos invitados que deben corresponder a la cortesía de sus anfitriones haciendo breve la visita.

Salgo al exterior y el sortilegio se quiebra de pronto. Vuelven el ruido, la contemporánea urgencia del tráfico y los transeúntes, el latido de Madrid engranando sus millones de vidas. Bajo caminando hacia Atocha junto a la valla del jardín y me siento partícipe de un secreto. Ahí dentro hay mirlos, gatos vagabundos y silencio. Y una estatua de Carlos III compartiendo sus soledad con los viejos árboles que traen hasta nosotros el testimonio de su tiempo.










domingo, 12 de enero de 2014

"Porque nosotros somos ellos": el teatro romano de Caesar Augusta



Se toma en Atocha el AVE 03093 a las 9:30 h. y a las 10:15 se baja uno en la estación de Delicias de Zaragoza. Si se está realmente impaciente, se toma un taxi, y 15 minutos después estamos ya ante nuestro destino: el teatro romano de Caesar Augusta, en el corazón de Zaragoza. Conviene entonces tomarse un café para ponerse en situación: en Madrid uno estaría todavía remoloneando con el periódico en la prolongación del desayuno de fin de semana, pero basta una hora y media para producir este prodigioso cambio de escenario. 

Ahora ya puedo comenzar la visita dando un paseo por las pasarelas de madera aún desiertas: este es el momento más hermoso, cuando se puede lanzar la imaginación al pasado para extraviarse en las ensoñaciones de la Historia. Estas piedras fueron puestas aquí en la primera mitad del siglo I; en estas gradas se sentaron en su día seis mil espectadores para reir o llorar, para dejarse conmover por la palabra y la expresividad humanas en compañía de sus conciudadanos. Observo las casas arremolinadas en torno al solar del teatro y me asombro al recordar que la ubicación del teatro era un misterio hasta su hallazgo en 1972. ¡Todo un teatro romano ignorado bajo los adoquines de una ciudad como Zaragoza hasta antesdeayer! Siento una efervescencia de impaciencia y curiosidad al imaginar todo lo que queda aún por descubrir. 

Después ya puede uno prestar atención al museo, y es una grata sorpresa comprobar la atención que se ha puesto en descubrir al visitante la sofisticación de los teatros romanos. Nada me llama tanto la atención como un plano que muestra la procedencia de los mármoles utilizados en la construcción: hay piedra de diversos colores procedente del Norte de África, Italia, Turquía, Grecia, el Levante hispano y los Pirineos franceses. ¡Y nosotros creemos que la globalización es un producto de nuestro tiempo!

Dedicamos los últimos minutos de la visita al clásico audiovisual que se proyecta en un escueto auditorio. Muy recomendable, con reconstrucciones virtuales de Caesar Augusta y de la evolución de la ciudad hasta convertirse en la Zaragoza actual. La voz del narrador reflexiona sobre el valor de la investigación arqueológica y se pregunta por qué debemos prestar atención a gentes que vivieron y dejaron sus obras hace dos mil años. "Porque nosotros somos ellos", se responde. La frase se queda rondando en mi cabeza y reconozco que es un gran acierto. Nosotros somos ellos, ciertamente. Nosotros somos todos quienes han sido antes de nosotros. No conocerlos a ellos es no terminar de conocernos a nosotros mismos.






viernes, 3 de enero de 2014

"I have a tomb tartésica for sale": ¡Acabemos con la impunidad del expolio arqueológico!


El diario EL PAÍS publicaba el pasado domingo 29 de diciembre un amplio reportaje con el título: El crimen arqueológico no paga. La impunidad asiste a los expoliadores: las detenciones efectuadas rara vez acaban en sentencia judicial. Podéis leerlo íntegro en el enlace:

http://cultura.elpais.com/cultura/2013/12/28/actualidad/1388234408_869864.html

Es algo increíble y patético. La falta de medios legales para hacer pagar sus delitos a los culpables es clamorosa y produce sonrojo e indignación. ¿Cómo es posible que un país como el nuestro, que guarda en su suelo algunos de los más diversos y valiosos restos arqueológicos de Europa, permita que ese patrimonio sea objeto de un expolio sistemático que casi siempre queda impune, a pesar del esfuerzo de tantos investigadores y de la Guardia Civil?

La propia Guardia Civil y uno de los expertos citados en el artículo proponen medidas para poder abordar, al menos parcialmente, el problema:

- Establecer una normativa nacional que regule el uso de los detectores de metales. Algunas Comunidades Autónomas ya exigen una licencia para su uso.

- Establecer el delito de expolio, integrando las sanciones administrativas, en el Código Penal.

- Aumentar la información y la sensibilización, incluyendo a jueces y fiscales.

Hace algunos meses incluí en este blog una entrada sobre la materia, y un comentarista anónimo insistió también en la necesidad de contar con las regulación de los detectores:

http://www.arturogonzaloaizpiri.blogspot.com.es/2013/03/expolios-arqueologicos-una-verguenza.html

Reconozco mis limitaciones sobre el tema, pero no me cabe duda de que algo podrá hacerse. De lo contrario, seguiremos avergonzándonos ante episodios como el de el mensaje que recibió en 1990 un museo extranjero. Incluía dibujos chapuceros de un sepulcro con el siguiente mensaje: "I have a tomb tartesica. For sale. I am sorry. My inglis is very beed."

Sobran los comentarios.

PD. Lamento que los enlaces que incluyo no sean activos; no sé qué le pasa a mi blogger últimamente.Si queréis acceder tenéis que copiarlos y pegarlos en vuestro navegador. Saludos y Feliz 2014.