viernes, 26 de febrero de 2016

LAS DAMAS IBÉRICAS DEL CERRO DE LOS SANTOS


Pocos tesoros nos ha dejado el arte ibérico tan impresionantes como el conjunto de estatuas votivas halladas en el santuario del Cerro de los Santos, en Albacete, que se mantuvo activo desde el s. IV a.C. hasta el s. II d.C. El panel informativo nos recuerda que el santuario creció en torno a una fuente de aguas terapeúticas, junto a la vía de comunicación que fue conocida como El camino de Aníbal, y que conoció su momento de máximo apogeo en el s. II a.C. 

En las salas del Museo Arqueológico Nacional pueden verse un buen número de las piezas halladas en el cerro; ninguna es tan espectacular como la Gran Dama Oferente, que sostiene entre sus manos un cuenco tendido, como su mirada, hacia los dioses. Es del s. III a.C. y representa a una dama de la alta sociedad íbera, probablemente participando en un rito de iniciación. Nada impide imaginar que se trate de la propia Imilce, la príncesa de Cástulo que contrajo matrimonio con Aníbal.

Tras la gran dama hay otras muchas, y descubro con fascinación que todas tienen rostros diferentes, algunos de ellos esculpidos con enorme detalle y personalidad fisionómica. Es difícil no pensar que se trata de retratos de las que depositaron en el santuario sus exvotos. Basta esa idea para hacerme verlas de un modo mucho más cercano. Acaso ése fue precisamente su propósito: buscar la eternidad perpetuando en piedra su rostro, para que quien las viera algún día, fuese hombre o dios, pudiera reconocer la humana singularidad de cada una de ellas.











viernes, 12 de febrero de 2016

ULLASTRET: LA CIUDAD DE LAS CABEZAS CORTADAS


Cuando en una novela histórica se imaginan los personajes y escenarios del relato, es imprescindible contar con vínculos que permitan acercarnos a quienes pudieron encarnar a aquellos y habitar estos en el pasado. En mi caso, los museos y yacimientos arqueológicos me proporcionan frecuentemente esos vínculos. Observando un colgante celtíbero o una placa pectoral vettona, por ejemplo, es posible reconocer la humanidad de quienes los portaron, y en ese reconocimiento late una reconfortante cercanía. Los objetos convierten a los personajes del pasado en seres de carne y hueso, y contagian un aliento de realidad a los que alumbramos los escritores.

Del mismo modo, los restos que han llegado hasta nosotros de los poblados prerromanos conservan en algunos casos suficientes paisajes y estructuras como para permitirnos recobrar en la mirada la impronta que debían tener cuando las gentes que los construyeron caminaban por sus calles, moraban en sus casas, oraban en sus recintos sagrados.

Uno de esos casos es Ullastret, en Gerona. Tuve la fortuna de visitarlo el pasado verano y me impresionaron sus imponentes murallas, la abundancia de restos del trazado urbano, las cisternas aún en perfecto estado de revista, los silos excavados en el suelo, la planta de los templos. Debió de ser una hermosa ciudad, asomada a una feraz campiña de huertos y pinares. Ofrece una imagen de sofisticación y pujanza del mundo íbero como la que imagino para mi Hélike de Orissón y Anglea. En estos senderos, entre estas piedras milenarias, podrían haber transcurrido muchos de los episodios que he narrado.

La nota de dramatismo la ponen los cráneos, atravesados por clavos de hierro largos como puñales, que un día se exhibieron en los dinteles de los edificios de prestigio. En este caso no es necesaria mucha imaginación para escuchar sus voces, hablándonos de aquel tiempo en que la vida y la muerte eran representadas en un mismo ritual de contornos difuminados, ambiguos, sobrecogedores.

El yacimiento de Ullastret acoge una de las sedes del Museu d'Arqueologia de Catalunya: