jueves, 3 de diciembre de 2015

EL PERISCOPIO EMERGE EN PANGEA (Presentación de "Por Bretaña", de Joaquín Dicenta)


Desde el pasado mes de octubre Madrid cuenta con un nuevo y espectacular espacio dedicado a los viajes. Se trata de Pangea, en Príncipe de Vergara 26, con 1.500 m2, como ellos dicen, de inspiración viajera. Y desde que supimos de su existencia pensamos que no había mejor lugar para la presentación del nuevo título de nuestra colección El Periscopio: Por Bretaña, de Joaquín Dicenta.

Nos pusimos en contacto con los responsables de Pangea y de inmediato nos mostraron una entusiasta disposición a acogernos. Todo fueron facilidades, y el pasado martes 1 de diciembre un buen puñado de amantes de la literatura de viajes nos dimos cita en el local para escuchar a Jaime Alejandre, escritor y co-editor de El Periscopio, y José Ramón Trujillo, profesor de la UAM y responsable de la edición del libro. Fue un acto magnífico, en el que los ponentes hicieron gala de humor, inteligencia y erudición en abundancia, terminando con una reflexión colectiva sobre la forma de hacer compatible la globalización del deseo de viajar en este mundo superpoblado e insostenible.

Todos quedamos deseando leer el libro de Dicenta, y encantados con Pangea. Es todo un lujo para Madrid contar con un espacio como éste; sin duda se va a convertir en un lugar de referencia para todos los viajeros. Y merece nuestra gratitud el equipo de profesionales de la tienda; nos acogieron con una hospitalidad llena de amabilidad y buen humor.

No lo dudéis, pasaos por Pangea:


y comprad Por Bretaña:


En 1907 el escritor Joaquín Dicenta, en la cumbre de su resonante fama como dramaturgo, se encuentra retirado en Santander para escribir, e inicia un viaje por la montaña pasiega desde donde envía una serie de crónicas periodísticas al diario El Liberal. Tentado por el viaje hasta la lejana Bretaña, en julio se sube a un barco de pesca e inicia una serie nueva, «La costa bretona», en la que describe a sus lectores sus experiencias en la región francesa. Tres años después, Dicenta da a las prensas Por Bretaña (1910), un libro de viaje que tiene como tuétano las crónicas de la escapada agosteña.
Como en otros libros de viajes suyos, Joaquín Dicenta rehúye las descripciones comunes y las banalidades del turismo. Prefiere superponer al viaje real un mundo de lecturas e historia, lo que le permite pasar de la simple descripción a la reflexión política. Junto con la intertextualidad, las escenas marineras y de playa, así como las semblanzas de jardines, castillos y menhires, de tipos humanos y situaciones, permiten a Dicenta elaborar capítulos que oscilan entre la crítica social, el aguafuerte expresionista y la descripción impresionista y fantástica, esperables en una región cuya imagen en la época resultaba exótica, al mismo tiempo que llena de modernidad.
Además de la edición crítica de Por Bretaña, este volumen incluye Un paseo por Bretaña (1905), el relato del viaje que Rafael Reyes escribió para la revista Por esos mundos. La lectura del primero y del viaje de carácter turístico de Reyes, que repasa por las mismas fechas los principales jalones esperados por el público, incluido el Saint-Malo de Chateaubriand y la capital, Rennes, con su cercano bosque artúrico, permite experimentar el fuerte contraste entre ambos tipos de obra, así como resaltar la originalidad de la literatura de Dicenta.













viernes, 27 de noviembre de 2015

La ESTELA DE SOLANA DE CABAÑAS en el MAN


Las grandes estelas de piedra del Bronce Final que salpican el oeste de la Península siempre me han parecido objetos de otro mundo, como si las hubiera desperdigado una lluvia de meteoritos llegados del espacio. La extraña esquematicidad de sus figuras, el simbólico desequilibrio de las proporciones le da a las imágenes una impronta ajena y remota. El gran escudos con sus herrajes y el carro parecen representar artefactos espaciales. El hombre tendido, con sus extremidades de alambre y su cabeza esférica como una escafandra da la impresión de flotar en un estanque de piedra. En la soledad del Museo Arqueológico la estela de Solana de Cabañas parece el cadáver de un antiguo objeto mágico, una olvidada ingravidez ritual solidificada en un betilo de pizarra.







viernes, 23 de octubre de 2015

MEDINACELI entre la dignidad y el letargo


El arco romano de Medinaceli abre sus ojos atónitos al oleaje de montes verdigrises que se encrespan hacia el horizonte. Tras él la antigua ciudad de Occilis se debate entre la dignidad y el letargo. Acaba de comenzar octubre y ya hay en los ecos solitarios que alzan nuestros pasos una implacable promesa de invierno. Pero la ciudad aún lo pospone: hay conversaciones en el bar de la plaza Mayor, encendida por la dorada luz de las farolas; hay algunos visitantes pertinaces como nosotros taconeando por los empedrados; hay campanas tiñendo de metal el cielo estrellado. Después de cenar regresamos hacia el hotel rodeados la paciente soledad de la noche en los pueblos de Castilla. A lo lejos, en los grandes molinos de viento parapadean destellos de luz blanquísima como un enjambre de luciérnagas, inmóvil y efervescente.

Es importante venir a Medinaceli, visitar el palacio ducal, la Colegiata y el Aula Arqueológica con todo el esfuerzo y el afecto cívico que revela. Es importante entrar en los bares, los restaurantes y las tiendas, y charlar con los medinenses sobre cómo se ve el mundo desde las alturas de esta "ciudad del cielo". Es importante darse una vuelta por los pueblos próximos: por Somaén, Monteagudo de las Vicarías y Morón de Almazán, y hasta visitar el destartalado museíto del cercano yacimiento paleontológico de Ambrona, e incluso alejarse un poco hasta las salinas de Imón. Es importante porque la responsabilidad de mantener vivos nuestros pueblos la compartimos todos.

En la Colegiata de Medinaceli (Soria)
4 de octubre de 2015

Comimos en El rincón de Medinaceli, cenamos en Díptico y nos alojamos en el hotel Medina Salim. Todos merecen una nueva visita.












viernes, 9 de octubre de 2015

Elogio de la austeridad en Santa María de Huerta


Santa María de Huerta, desde el audiovisual que recibe al visitante, es un elogio de la austeridad. El canto gregoriano que resuena por todo el monasterio le sirve de banda sonora. Una única palmera, esbelta y desesperada, trata de escapar hacia lo alto de este severísimo encierro de piedra, hacia el cielo gris plomizo que se desliza despacio. En el refectorio, con su espaciosa nave, la frontera entre la luz y la piedra es al mismo tiempo nítida e imprecisa, como si todo se confundiera en un mismo silencio al contemplarlo. Son veinte monjes a 178 kilómetros de Madrid y parecen habitar un asteroide remoto extraviado en el espacio. En los monasterios que conservan una comunidad viva todo está empapado de una espiritualidad solemne que es preciso tomarse en serio. Aquí se siente uno más peregrino que viajero. ¿Quién no sentiría un anhelo imposible de permanecer, de disolverse en esta rutina letárgica donde todo está pautado por la regla de la Orden, donde todo parece repetirse hasta el infinito, como si hubiera desaparecido el mundo, el tiempo, la vida? Como si sólo perduraran la piedra y el silencio.l











lunes, 28 de septiembre de 2015

EL PERISCOPIO presenta TIERRAS MÁRTIRES, de Enrique Gómez Carrillo



El próximo lunes 5 de octubre a las 20:00 presentamos en el Ateneo de Madrid un nuevo título de la colección El Periscopio. Se trata de Tierras mártires, una estremecedora crónica de la Primera Guerra Mundial publicada en 1916 por el escritor y periodista guatemalteco Enrique Gómez Carrillo. Participaremos Miguel Losada, en representación del Ateneo, la responsable de la edición, Mª José Galván, y yo mismo. Quien quiera acercarse será muy bienvenido.

Publicada por primera vez en 1918, Tierras mártires representa uno de los más importantes testimonios periodísticos y literarios que se han escrito sobre la Gran Guerra. Gracias a la experiencia que su autor vivió en su calidad de periodista y de testigo directo de los acontecimientos, los catorce capítulos que componen el libro permiten al lector actual, cien años después, embarcarse en un viaje por el tiempo y por la historia para recorrer con Enrique Gómez Carrillo la realidad bélica desde una perspectiva geográfica y humana.

martes, 8 de septiembre de 2015

Buscando a IMILCE en la DAMA DE BAZA (Tras las huellas de Aníbal IV)



Sigamos tirando del hilo argumental de nuestro relato. Hemos constatado ya sobradamente la fascinación de Aníbal por Alejandro de Macedonia y la fidelidad con que aquél quiso tomar como modelo a éste para dar contorno y materia al sueño de su familia de construir un estado helenístico en su "Oriente en Occidente" hispano, en palabras felices de Manuel Bendala.

Uno de los elementos clave de la estrategia de Alejandro fue producir un profundo mestizaje de lo macedonio con el sustrato persa del imperio que había conquistado, adquiriendo al mismo tiempo una legitimidad dinástica propia; para ello se casó con Roxana, princesa bactriana, hija de Oxiartes, y después con Estatira, hija del propio Darío. Y del mismo modo Aníbal, al igual que antes de él Asdrúbal, quiso emparentarse con la realeza íbera para ser beneficiario de la lealtad y la consideración semi-divina que los íberos profesaban a sus reyes.

Para ello, como hemos visto, Aníbal eligió a Imilce, hija del régulo Mucro de la gran ciudad oretana de Cástulo, pieza clave para asegurar al proyecto Bárquida el control del alto Guadalquivir, un territorio muy valioso por sus riquezas agrícolas y mineras y por su dominio de las vías de comunicación hacia la Meseta y el Mediterráneo.

En realidad lo ignoramos casi todo de Imilce. Por el poeta Silio Itálico sabemos que los esponsales tuvieron lugar en el templo de Tanit en Qart Hadasht y que Imilce trató de evitar la guerra con Roma. Una vez iniciada la misma, intentó acompañar a Aníbal a Italia, pero éste se opuso y la envió a Cartago, donde probablemente murió poco después en una epidemia. Ambos tuvieron un hijo, Aspar, nacido durante el sitio de Sagunto, del que nada más sabemos.

Para intentar echar una mirada a Imilce tenía dos opciones. Una era acudir a Baeza, en cuya Plaza del Pópulo hay una fuente coronada por una estatua que tradicionalmente se considera representación funeraria de la esposa de Aníbal, realizada cuando sus restos fueron llevados para ser inhumados en su ciudad natal.

La otra, más próxima, era visitar una vez más el Museo Arqueológico Nacional, donde espera siempre al visitante la que Bendala sugiere intepretar como un trasunto razonablemente aproximado de Imilce. Me refiero a la Dama de Baza. Dada su proximidad geográfica con Cástulo, y temporal con Imilce (aquella es del siglo IV a. C. y ésta del III), cabe suponer que ambas pertenecen a esferas sociales y sistemas simbólicos muy cercanos.

De modo que acudo al MAN, me planto ante la dama y la observo con detenimiento. Trato de imaginar que es la propia Imilce, sentada en su sillón, alada como representante de la divinidad, esperando con hierática paciencia la visita de los clientes y suplicantes que debieron buscar siempre la oportunidad de presentarse ante ella. Combina de un modo fascinante la sobria elegancia, el imperturbable equilibrio de las estatuas griegas, con un aire exuberante que nos habla de Oriente, con su manto de ribete ajedrezado cayendo desde una tiara o un tocado proyectado hacia atrás, con sus voluminosos pendientes y el triple collar que le cubre por entero el cuello, con los adornos pectorales de placas y rombos. Tiene los labios gruesos, diríase que sensuales, enmarcados por unas mejillas sorprendentemente vivaces, y la nariz delicadamente perfilada. Es claro que el escultor se esforzó por presentárnosla en el esplendor de su hermosura. Su mirada escruta sin parpadear el infinito, o tal vez el remoto futuro desde el que la dibujo y escribo sobre ella. A sus pies se distribuyen cuatro panoplias de guerreros a modo de ofrenda, tal vez de quienes lucharon y acaso murieron rindiéndole honores. Encierra un pichón en la mano izquierda, sirviendo de nexo mágico entre la mujer mortal y la diosa, entre este mundo y el otro.

¿Se pareció Imilce, la mujer de Aníbal, a esta callada estatua de piedra? Es fácil pensar que sí, dejándose arrastrar veintidós siglos atrás por la ventana abierta en las circunferencias de sus ojos.


viernes, 31 de julio de 2015

¡MANUELA: SALVEMOS EL COMERCIAL!


Estos días he leído un buen número de necrológicas dedicadas al Comercial, alguna tan hermosa como la de mi amigo Jaime Alejandre. Pero no me resigno a darlo por perdido; no me puedo creer que los madrileños no tengamos aliento ni instituciones para impedirlo. Cualquier ciudad debe resistirse con uñas y dientes a perder un espacio tan cargado de convivencia, literatura, memoria y conversación. He escuchado a Manuela Carmena expresar su deseo de que el Comercial pueda volver a abrir sus puertas renovado. Luchemos para conseguirlo. Pidamos a nuestro Ayuntamiento que se implique en la supervivencia del café Comercial.
Os animo a compartir o, mucho mejor, hacer vuestro propio cartel.


lunes, 27 de julio de 2015

CÁSTULO: LA CIUDAD DE IMILCE (Tras las huellas de Aníbal III)


Todo el efecto benefactor de los presupuestos de la Junta de Andalucía y la modernidad tecnológica que había brillado por su ausencia en el Museo Arqueológico de Linares nos recibió cuando a la mañana siguiente, día de Viernes Santo, tras una larga noche de esa mezcla maravillosa de juerga y devoción que sólo puede encontrarse en estado puro al sur de Despeñaperros, nos acercamos al centro de interpretación de la ciudad íbero-romana de Cástulo. Sobre los muros de piedra pulida un flamante cartelón nos invitaba a emprender un viaje al tiempo de los íberos. 



Ya en el interior, un panel informativo pone a los viajeros en contexto: "Durante la antigüedad, Cástulo fue un importante centro urbano. En la época ibérica adquirió un predominio político sobre la región denominada Oretania por los escritores clásicos (Plinio, Estrabón y Ptolomeo). Su situación estratégica junto a la vía de comunicación que conecta el Alto Guadalquivir, la Meseta y el Levante propició que desde época muy temprana se convirtiera en un núcleo de aprovisionamiento y distribución de mercancías y de metales procedentes de Sierra Morena. La riqueza minera de la zona favoreció que los cartagineses hicieran del asentamiento un objetivo estratégico".


Después se sucede un interesante despliegue de vídeos, expositores y carteles para familiarizar al visitante con el poderío de Cástulo, con abundancia de muestras de minerales y falcatas repartidas con buen criterio por las paredes. Ginés, uno de los miembros del equipo arqueológico, nos advierte de que la visita guiada está a punto de comenzar y apenas si tenemos tiempo de conversar con él. Nos recomienda que no dejemos de ir a visitar los santuarios de Sierra Morena. "Son lugares increíbles", dice, sacudiendo la cabeza como si siguiera embargado por el asombro que sintió cuando los vio por primera vez. "Había exvotos a millares amontonados en el abrigo, sobre los riscos".


Cuando salimos al exterior, a pesar de estar todavía a principios de abril la vibración del aire anuncia un día de calor severo. Nos apresurarnos para unirnos al grupo que espera en el camino que conduce al cerro. Llegamos a tiempo de escuchar la presentación del guía, un hombre voluminoso y afable, de pelo cano y esa indumentaria de cazadores desarmados que suelen gastarse los arqueólogos. "Soy Antonio Quiles, ingeniero de Minas jubilado, voluntario del aula de la Tercera Edad. Bienvenidos a Cástulo". Echamos a andar mientras Antonio desgrana el testimonio de su antigua relación con el lugar y ensarta una anécdota tras otra, llevándonos desde el día en que el Estado compró las sesenta y nueve hectáreas del yacimiento hasta aquel otro en que las reparticiones de Fernando III el Santo, tras la victoria de éste en las Navas de Tolosa, atribuyeron el lugar, junto con el pueblo de Linares, a Baeza, que junto con Úbeda fue construida en gran medida con las piedras venerables de las ruinas romanas.



Pasamos junto a las cisternas subterráneas, hurtadas por supuesta seguridad a la curiosidad del visitante, y llegamos a los cimientos de una torre íbera que en aquellos días lejanos debió de dominar un extenso entorno. Impresiona la vastedad del horizonte. La serranía que se recorta en la distancia está difuminada por una evanescencia lechosa. En este comienzo de primavera todo tiene un aire ubérrimo y jugoso, el verde es tan perfecto que confiere al paisaje el aspecto de una fotografía retocada. En el ambiente hay un intenso amargor, un perfume a almazara que, según Antonio Quiles, procede de la orujera de Baeza. Nos señala en su dirección; más allá se distingue la silueta de Sierra Mágina aún con manchas blancas de neveros clareando su sombra. "Cuando era joven iba y venía en el día en bicicleta" dice asintiendo despacio, con más sorpresa que nostalgia. "Miren, aquello es Guadalimar de Lupión, antes llamado del Caudillo. Y allá a lo lejos Torreblascopedro". Antonio charla de esto y aquello, pone en cuestión las interpretaciones de los arqueólogos sin dejar de referirse a ellos con respeto reverencial, habla de Aníbal e Imilce como si los hubiera conocido personalmente y recuerda el llamado Pozo Aníbal, que según los antiguos cronicones fue la dote argentífera, de riqueza legendaria, con que la princesa oretana fue entregada en matrimonio al general cartaginés. 

Llegamos por fin a una estructura en mitad de la rala pradera del cerro y quedamos boquiabiertos ante el celebérrimo mosaico de Los Amores, cuyas escenas mitológicas iluminaron un día el suelo de un colegio de sacerdotes augustales. Más allá se han hecho aflorar los cimientos de unas termas y un cruce de calles. Escapa a la imaginación tratar de aventurar todo lo que se oculta bajo la dilatada estepa de lentisco, cornicabra y romero que se extiende ante nuestra vista hacia el perfil solitario de la torre almohade, recortada contra el olivar que se extiende hasta el horizonte como un pelaje interminable.



Antonio Quiles se despide recordándonos que lleva en pie desde las cuatro de la mañana para ver al Nazareno, y aprovechamos para ir a echar un vistazo a la famosa puerta del león abierta en el extremo septentrional de la muralla. Cuando llegamos no encontramos otra compañía que una reluciente culebra que toma el sol entre las piedras cortadas a escuadra, y aquí sí es fácil imaginar la escana narrada en el artículo de Ginés Donaire. 

Un panel informativo reconstruye la puerta cuyos restos tenemos ante nosotros, con los dos leones enfrentados soportando las jambas que se unen más arriba en un arco de medio punto. Encaramado a los sillares echo la mirada al horizonte, tendido entre Sierra Morena y Sierra Mágina, entre el cercano Guadalimar y el lejano Guadalquivir. El dominio visual crea la ilusión y el anhelo del dominio territorial. Comprendo, como Aníbal, que pocos lugares parecen tan propicios como Cástulo, la ciudad de Imilce, para poner el primer mojón de un imperio.