lunes, 27 de julio de 2015

CÁSTULO: LA CIUDAD DE IMILCE (Tras las huellas de Aníbal III)


Todo el efecto benefactor de los presupuestos de la Junta de Andalucía y la modernidad tecnológica que había brillado por su ausencia en el Museo Arqueológico de Linares nos recibió cuando a la mañana siguiente, día de Viernes Santo, tras una larga noche de esa mezcla maravillosa de juerga y devoción que sólo puede encontrarse en estado puro al sur de Despeñaperros, nos acercamos al centro de interpretación de la ciudad íbero-romana de Cástulo. Sobre los muros de piedra pulida un flamante cartelón nos invitaba a emprender un viaje al tiempo de los íberos. 



Ya en el interior, un panel informativo pone a los viajeros en contexto: "Durante la antigüedad, Cástulo fue un importante centro urbano. En la época ibérica adquirió un predominio político sobre la región denominada Oretania por los escritores clásicos (Plinio, Estrabón y Ptolomeo). Su situación estratégica junto a la vía de comunicación que conecta el Alto Guadalquivir, la Meseta y el Levante propició que desde época muy temprana se convirtiera en un núcleo de aprovisionamiento y distribución de mercancías y de metales procedentes de Sierra Morena. La riqueza minera de la zona favoreció que los cartagineses hicieran del asentamiento un objetivo estratégico".


Después se sucede un interesante despliegue de vídeos, expositores y carteles para familiarizar al visitante con el poderío de Cástulo, con abundancia de muestras de minerales y falcatas repartidas con buen criterio por las paredes. Ginés, uno de los miembros del equipo arqueológico, nos advierte de que la visita guiada está a punto de comenzar y apenas si tenemos tiempo de conversar con él. Nos recomienda que no dejemos de ir a visitar los santuarios de Sierra Morena. "Son lugares increíbles", dice, sacudiendo la cabeza como si siguiera embargado por el asombro que sintió cuando los vio por primera vez. "Había exvotos a millares amontonados en el abrigo, sobre los riscos".


Cuando salimos al exterior, a pesar de estar todavía a principios de abril la vibración del aire anuncia un día de calor severo. Nos apresurarnos para unirnos al grupo que espera en el camino que conduce al cerro. Llegamos a tiempo de escuchar la presentación del guía, un hombre voluminoso y afable, de pelo cano y esa indumentaria de cazadores desarmados que suelen gastarse los arqueólogos. "Soy Antonio Quiles, ingeniero de Minas jubilado, voluntario del aula de la Tercera Edad. Bienvenidos a Cástulo". Echamos a andar mientras Antonio desgrana el testimonio de su antigua relación con el lugar y ensarta una anécdota tras otra, llevándonos desde el día en que el Estado compró las sesenta y nueve hectáreas del yacimiento hasta aquel otro en que las reparticiones de Fernando III el Santo, tras la victoria de éste en las Navas de Tolosa, atribuyeron el lugar, junto con el pueblo de Linares, a Baeza, que junto con Úbeda fue construida en gran medida con las piedras venerables de las ruinas romanas.



Pasamos junto a las cisternas subterráneas, hurtadas por supuesta seguridad a la curiosidad del visitante, y llegamos a los cimientos de una torre íbera que en aquellos días lejanos debió de dominar un extenso entorno. Impresiona la vastedad del horizonte. La serranía que se recorta en la distancia está difuminada por una evanescencia lechosa. En este comienzo de primavera todo tiene un aire ubérrimo y jugoso, el verde es tan perfecto que confiere al paisaje el aspecto de una fotografía retocada. En el ambiente hay un intenso amargor, un perfume a almazara que, según Antonio Quiles, procede de la orujera de Baeza. Nos señala en su dirección; más allá se distingue la silueta de Sierra Mágina aún con manchas blancas de neveros clareando su sombra. "Cuando era joven iba y venía en el día en bicicleta" dice asintiendo despacio, con más sorpresa que nostalgia. "Miren, aquello es Guadalimar de Lupión, antes llamado del Caudillo. Y allá a lo lejos Torreblascopedro". Antonio charla de esto y aquello, pone en cuestión las interpretaciones de los arqueólogos sin dejar de referirse a ellos con respeto reverencial, habla de Aníbal e Imilce como si los hubiera conocido personalmente y recuerda el llamado Pozo Aníbal, que según los antiguos cronicones fue la dote argentífera, de riqueza legendaria, con que la princesa oretana fue entregada en matrimonio al general cartaginés. 

Llegamos por fin a una estructura en mitad de la rala pradera del cerro y quedamos boquiabiertos ante el celebérrimo mosaico de Los Amores, cuyas escenas mitológicas iluminaron un día el suelo de un colegio de sacerdotes augustales. Más allá se han hecho aflorar los cimientos de unas termas y un cruce de calles. Escapa a la imaginación tratar de aventurar todo lo que se oculta bajo la dilatada estepa de lentisco, cornicabra y romero que se extiende ante nuestra vista hacia el perfil solitario de la torre almohade, recortada contra el olivar que se extiende hasta el horizonte como un pelaje interminable.



Antonio Quiles se despide recordándonos que lleva en pie desde las cuatro de la mañana para ver al Nazareno, y aprovechamos para ir a echar un vistazo a la famosa puerta del león abierta en el extremo septentrional de la muralla. Cuando llegamos no encontramos otra compañía que una reluciente culebra que toma el sol entre las piedras cortadas a escuadra, y aquí sí es fácil imaginar la escana narrada en el artículo de Ginés Donaire. 

Un panel informativo reconstruye la puerta cuyos restos tenemos ante nosotros, con los dos leones enfrentados soportando las jambas que se unen más arriba en un arco de medio punto. Encaramado a los sillares echo la mirada al horizonte, tendido entre Sierra Morena y Sierra Mágina, entre el cercano Guadalimar y el lejano Guadalquivir. El dominio visual crea la ilusión y el anhelo del dominio territorial. Comprendo, como Aníbal, que pocos lugares parecen tan propicios como Cástulo, la ciudad de Imilce, para poner el primer mojón de un imperio.





3 comentarios:

  1. Vibrante narración, Arturo de una visita que me produce envidia y deseo. Magnífica reseña, por la que infundes cariño y amor por lo ibérico, lo antiguo, lo mítico. Desde luego comparto tu pasión por lo que otros llamarían piedras. Fuerte abrazo.

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  2. Gracias por el comentario, Íñigo. Está claro que es que somos tal para cual. Estos días pasados, por ejemplo, me está encantando seguir tus pasos por Viena. Cuando vayas hacia el sur, resérvate un hueco para una parada en Cástulo. Lo vas a disfrutar. Un abrazo.

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