Para quien siguen las
huellas de César, llegar a Roma es encontrarse un festín inabarcable. Roma, más
que una ciudad, es un milagro. El milagro del viaje del espíritu humano, de la
perdurabilidad y la memoria, pero también de la erosión y la decrepitud del
paso del tiempo. Roma no es eterna como no lo somos nosotros, pero tal vez sí
represente como ningún otro lugar, aquello de lo que nos hace ser nosotros
mismos que más merece la pena conservar.
Nuestro primer y principal
punto de destino en Roma fue, como no podía ser de otro modo, el Foro de César,
junto a la Vía de los Foros Imperiales. ¡Qué lugar tan asombroso, rodeado por
el semblante aún visible de la Roma republicana e imperial y, al fondo de la
avenida, el Coliseo como un trampantojo que desafía la imaginación!
Una estatua en bronce de
César, fundida en los años 30 del pasado siglo, cuando al fascismo le subía las
pulsaciones rememorar las remotas glorias imperiales, preside el lugar. Los
paneles informan al visitante: el proyecto del foro se puso en marcha en el 54
a. C. con la compra de las viviendas de la zona, que fueron demolidas para
hacerles sitio al complejo. La consagración tuvo lugar ocho años después, en el
46 a. C., con tres de los laterales recorridos por columnatas porticadas que
acogían tiendas y oficinas, y el cuarto y principal, presidido por el templo de
Venus Genetrix, dedicado a la divina antepasada mítica de la familia Julia. La
escultura de culto de la diosa, representándola con un Cupido apoyado en su hombro,
fue encargada por el propio César al escultor griego Arcesilao.
El foro se mantuvo en su
esplendor durante casi cuatro siglos, con la ayuda de una importante renovación
acometida en el 113 d. C. por Trajano durante la construcción de su propio
foro, hasta que un incendio destruyó el templo y causó grandes daños en el foro
en el 283 de nuestra.
Hoy quedan en pie tres
columnas, erigidas de nuevo en fechas recientes, recortándose contra el monte
Capitolio y el cielo del atardecer romano. Producen esa ambigua sensación que
siempre siembran en mi ánimo las ruinas del mundo clásico. La de un tiempo
esculpido a escala humana que sigue preguntándose, en el silencio de la piedra,
en qué momento perdió el rumbo. En qué encrucijada se extravió.
Fantástica entrada, como siempre. Me trae a la memoria un poema publicado con vosotros en Evohé
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Motivos para un grabado
«Buscas a Roma en Roma, oh, peregrino»
Quevedo
Llegas a Roma en taxi
después de tantos años
y llama tu atención
—mientras cruzas el foro—
la mirada profunda
de los arcos vacíos.
Si una imagen quisieras
buscar de cómo el tiempo
transcurre sin descanso
y tal vez sin sentido,
sin duda esta sería:
arcos que dan a un cielo
ajeno, inalcanzable,
arcos que se han tornado
en puertas imposibles
que cruzan los deseos
volviéndose recuerdos,
arcos que van drenando el
presente, sumideros,
arcos por los que escapa
el tiempo, sin retorno, ni asidero,
y tú con él.
¡Muchas gracias por el poema, me ha encantado volver a leerlo! ¿Eres Sergio?
EliminarEl mismo 😀 No buscaba el anonimato. Fue involuntario . Estoy siguiendo tus huellas de Anibal y disfrutando mucho. Ya te contaré. Un fuerte abrazo
Eliminar¡Genial! Hablamos pronto. Un gran abrazo.
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