Uno
se da de bruces con la Gran Belleza en esta plazuela del Palazzo Nuovo capitolino.
Desde su trono de agua y mármol, con el cuerpo tendido, sereno e imperturbable,
inmune al paso del tiempo, nos contempla socarrón el gran Marforio. Hay que
escuchar el rumor del agua. Nos asombra no encontrar a nadie en un lugar tan
maravilloso, como si fuera el dios quien nos ha brindado esa gracia.
Prestamos
atención, en efecto, al rumor del agua. Al hacerlo se siente una mezcla de
emoción y vulnerabilidad, de sentirse grande e insignificante al mismo tiempo,
de asomarse a un misterio.
Es
algo que estremece.
Es
el arte.
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