Roma es un palimpsesto en que todo se superpone a lo
anterior, todo se lee sobre, junto con y tomando como base lo anterior. Tras
una entrada tan modesta, tan disimulada, uno no puede imaginar la grandiosidad
y el esplendor que va a encontrar en el interior de la basílica de Santa María
degli Angeli e degli Martiri, incrustada por Miguel Ángel en las termas de
Diocleciano para conmemorar a los esclavos y cristianos que murieron en su
construcción. En realidad lo que expresa este lugar en que se dan cita el genio
del prodigioso arquitecto anónimo romano y el de Miguel Ángel es que en la
Historia del hombre nada es nuevo y nada se pierde para siempre.
Pero de pie en el interior de la basílica, en lo que
un día fue el caldarium de las
termas, viendo estas alturas y perspectivas, esta grandeza no de la técnica
arquitectónica sino del espíritu humano, uno se pregunta si en este mundo low-cost que estamos construyendo habrá
algo que realmente merezca la pena conservar para el futuro.
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