lunes, 13 de febrero de 2017

La catapulta de Amílcar (Galería de ilustraciones TRILOGÍA DE ANÍBAL V)


Sin pretender confundir la literatura de ficción con el ensayo histórico, la Trilogía de Aníbal intenta presentar con rigor los elementos de cultura material y técnica militar propios del área mediterránea y, en particular, de la península ibérica en el s. III a. C. 

La ilustración de Sandra Delgado que presentamos hoy es un ejemplo de ello. Representa una de las grandes catapultas conocidas en la época helenística, el llamado petrobolon, atribuido a Caronte de Magnesia. En El heredero de Tartessos, el ingeniero de Amílcar, Bitón de Siracusa, construye una versión de la legendaria máquina:

Bitón señaló a la máquina más próxima al lugar donde se encontraban. Se trataba de un artefacto de gran tamaño. La base, formada por troncos de pino sin desbastar, estaba soportada por cuatro ejes ensartados en ruedas con las rodaduras forradas de láminas metálicas. Un entramado de madera servía de pivote a un largo fuste de cuyo extremo colgaba un bolsón de piel que alojaba una piedra redondeada de un codo de diámetro. El fuste se mantenía en posición horizontal amarrado al bastidor inferior mediante una soga cuya vibrante tensión evidenciaba la fuerza ejercida por el contrapeso del extremo opuesto, un cajón relleno de piedras.
          - Se trata de una versión mejorada del diseño original de Caronte de Magnesia: hemos adaptado los sistemas de tracción y de recarga para que pueda ser accionado por un elefante. De ese modo se ahorra tiempo y se líberan hombres valiosos para portar armas. El principio de funcionamiento es muy sencillo: cuando la soga se libera, el contrapeso cae bruscamente lanzando la piedra del bolsón a una distancia de trescientos cincuenta pasos. Se puede utilizar sin peligro, fuera del alcance de las flechas y los proyectiles de los íberos. Contando con tiempo suficiente, hará trizas el segmento de muralla que convenga.
          Amílcar asintió con la cabeza y caminó en derredor del artefacto, observando minuciosamente el ingenioso despliegue de ruedas, tornos y poleas, golpeando incluso con los nudillos aquí y allá para comprobar la solidez de los amarres y las piezas. Un brillo de admiración comenzó a asomar a sus ojillos entrecerrados a medida que se le hacía evidente la robusta simplicidad de las soluciones técnicas pergeñadas por el siracusano. Finalmente se reunió de nuevo con el grupo evidenciando su satisfacción.

Poco después el petrobolon se pone en movimiento:

Bitón alzó un brazo y lo agitó de un lado a otro. En el linde de la campa el mahout, un hombrecillo achaparrado y de piel muy oscura sentado en la cerviz de un elefante, golpeó el lomo de éste con una vara rematada por un aguijón de hierro y el animal puso en movimiento su inmensa mole. Al acercarse, todos pudieron sentir en las plantas de los pies cómo el suelo se agitaba con trémulas vibraciones bajo el impacto de las patas del coloso, cilíndricas y rugosas como troncos de almez.
          Con el estímulo de la atenta mirada de Amílcar, un grupo de operarios amarró en un abrir y cerrar de ojos el bastidor del petrobolon al arnés de cuero que ceñía el torso del elefante. El mahout se inclinó hacia la oreja derecha de éste hablando en una lengua desconocida, hecha de sonidos que a Aníbal le sugirieron imágenes de remotos desiertos batidos por el viento, y castigó de nuevo la piel coriácea con el aguijón. El animal lanzó un estremecedor barrito, más de ira que de dolor, y, lanzando todo su peso con furia hacia delante, comenzó a arrastrar la catapulta en dirección a Hélike, siguiendo la pista principal que atravesaba el campamento.

Si quieres más información sobre las dos primeras novelas de la Trilogía de Aníbal:

El heredero de Tartessos

El cáliz de Melqart




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