Si
hay un hilo conductor del espíritu heroico y de la identidad popular
mediterránea, sin duda es el toro. También fue así para los íberos del oppidum
del Cabezo de Alcalá en Azaila (Teruel), que le rendían culto en el santuario
que daba la bienvenida y reclamaba veneración a quienes llegaban a la ciudad. Con
su actitud desafiante parecía reclamar el trono del panteón de los íberos
sedetanos que la habitaron, resistiéndose a ser reemplazado por los dioses de
los conquistadores romanos.
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