En su época de esplendor, la
cerámica íbera decorada con pintura vascular alcanzó una expresividad
inigualable. Hay innumerables ejemplos de ello, pero aquí muestro uno que me
sedujo especialmente: la llamada «crátera de la monomaquia», hallada en la ciudad
íbero-romana del Libisosa (Lezuza, Albacete), fechada entre finales del siglo
II y comienzos del I a. C. Hay que ir allí, al museo de la Colección Arqueológica
del municipio, para apreciarla con todo detenimiento y situarla en su contexto.
Maravilla su precisión, su detalle, la plasticidad de las figuras en
movimiento, la expresividad de los rostros, la fidelidad con que se reproduce
la panoplia mediterránea de la época, con elementos romanos, como el casco montefortino,
e íberos, como la falcata. Atrapa la claridad con que se expresa el ideal
aristocrático que entraña, con los héroes enfrentados en combate singular al
ritmo de la música sagrada del diaulos, haciendo del enfrentamiento una danza
ritual.
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