jueves, 8 de julio de 2021

EL MÁGICO TEMPLO DE HÉRCULES (Tras las huellas de Aníbal XXVII)


Un cartel a orillas de la carreterita encamina, en varios idiomas, al visitante en dirección al «Punto Mágico Templo de Hércules» y hacia allí me dirijo, por un camino que busca la playa entre dunas y altos pinos. Pienso que un punto pasa a ser un poco menos mágico cuando es solemnemente declarado de ese modo para hacerse sitio en las guías turísticas, pero al dar con el podio enfrentado a la plaza inmensa, al mar que respira su sal y su espuma ajeno a todo, y al islote con el viejo castillo de Sancti Petri, no puedo dejar de reconocer que es un hermoso lugar. Un banco invita a sentarse para ponderar cualesquiera que sean las reflexiones del viajero. Las gaviotas gritonas actúan de corifeos de la soledad.

En realidad, no soy el único que ha respondido a la llamada del lugar. Aquí nos damos cita paseantes del ocaso de todos los propósitos: fotógrafos del sol poniente, amantes del viento y el horizonte, peregrinos del pasado como yo mismo…

Me ha traído en su taxi desde Cádiz Rafael, bienvenido compañero de excursión en su riguroso silencio, más inescrutable aún por la mascarilla. Ahora me espera en la carretera, y debe estar preguntándose qué me ha movido a venir hasta aquí. ¿Cómo explicarle la emoción que me produce atar este cabo que llevaba tanto tiempo esperando? Aquí, a ese islote más allá de las columnas del fin del mundo, vino Aníbal a pedir el favor de su dios antes de lanzarse a la aventura que daría sentido a su vida, consumiéndola al mismo tiempo en ella. Yo, sencillamente, vengo a poner término a un empeño literario y viajero que me ha hecho soñar durante quince años.

Junto al podio hay un monolito que explica con palabras grandilocuentes los secretos del lugar:

«Caminante, desde aquí tus ojos contemplan hoy el mismo escenario que hace 3.000 años contemplaron los fenicios y eligieron para construir su famoso templo a Melqart (hoy castillo de Sancti Petri). Tú disfrutas ahora de este espectáculo único que tanto los fenicios como Aníbal y Julio César pudieron ver al atardecer durante los equinoccios de primavera y de otoño cuando el candente disco solar se ponía justo sobre la vertical del santuario de Hércules antes de que, según sus creencias, se apagara en las aguas del Atlántico con estruendosos chirridos.

Chiclana de la Frontera – VII Centenario

1303 -2003».

Lo del «candente disco solar» no tardo en comprobarlo yo mismo, cuando el sol termina de desplomarse lenta y silenciosamente sobre el océano, hinchándose como si estuviera a punto de estallar.

Cuando voy a regresar, advierto que en la parte trasera del monolito está escrito el texto en latín, en una suerte de síntesis más acomodada al espíritu epigráfico de la lengua. Leo con dificultad el comienzo de las palabras gastadas por la intemperie:

«Hinc specta, viator, quid eximium templum gaditano Heracli dictatum fuerit…».

Qué hermosa admonición, válida para el destino de todos nuestros pasos:

«Hinc specta, viator…».

«Contempla aquí, caminante…».












 

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