La extraordinaria historia de cómo ha salido a la luz el antiguo puerto militar fenicio-púnico de Gadir
"Cuando el Ayuntamiento de Cádiz sacó a concurso la concesión de la antigua taberna del Pájaro Azul -me explica Germán Garbarino mientras abre la puerta del número 37 de la calle San Juan, uno de los ejes del antiguo barrio marinero de la ciudad- se nos ocurrió que era una buena ocasión para diversificar y continuar la tradición familiar. Fue el primo de mi abuelo quien abrió la taberna del Pájaro Azul original en 1958 y siempre nos pareció una pena que se perdiera un local por el que pasaron todos los grandes del flamenco".
Hemos venido caminando desde la cercana tienda de Herakles Reproducciones Arqueológicas, atravesando la plaza de la catedral, y mis anfitriones, Germán y Pedro, no dejan de señalarme el trazado que un día lejano siguieron bajo la superficie las estructuras portuarias fenicias y romanas y el canal Bahía-Caleta, sobre cuya antigua ribera sur corre ahora la calle San Juan. Sus palabras y gestos reconstruyen cómo debió ser el semblante de una ciudad que no deja de amontonar estratos y sedimentos de historia sobre su pasado.
Sus explicaciones continúan en el interior del local con el relato de la vicisitudes sufridas ante el requerimiento municipal de instalar un ascensor para bajar al sótano cumpliendo con los criterios de accesibilidad. "No nos quedó más remedio -dice Germán- que comprar la casa de al lado para poder abrir el hueco sin dañar las bóvedas del siglo XVI del sótano. Y entonces fue cuando nos tocó el premio gordo. Mejor míralo tú mismo".
Bajamos por una angosta escalera y abajo nos recibe una vista asombrosa: al pie de la escalera hay un segmento de muro formado por grandes sillares de piedra ostionera y, más allá, una sucesión de arcos, corredores y espacios abovedados que forman una suerte de catacumbas, un mundo secreto inimaginable desde la superficie. "Estamos donde estuvo el puerto y el astillero militar fenicio del siglo III a. C. -explica Pedro-. Todos estos sillares conformaban el cantil del puerto. Es la época de la Segunda Guerra Púnica. De hecho, Cádiz jugó un papel fundamental en esa guerra, por su decisión de entregarse sin luchar a los romanos".
Germán me conduce por el lugar combinando la arqueología con la memoria flamenca. "¿Has visto la famosa foto de Camarón cantando de niño? Pues fue ahí mismo, detrás de la columna. Pero lo más asombroso de todo es que, a pesar de los añadidos posteriores, con todos estos arcos y bóvedas de los siglos XVI y XVII, la forma excavada en la roca perpendicularmente al cantil tiene las medidas exactas de una pentecóntera fenicio-púnica. Esto fue un astillero, no hay otro igual en el mundo fenicio".
Es imposible no dejarse contagiar por su entusiasmo. El que un lugar como este haya ido a caer en manos de un equipo como el de Herakles/Gadium Mercator, con el gen arqueológico incorporado, es algo así como un milagro. Tal vez estemos ante la impronta subterránea de los astilleros donde se armaron algunas de las naves que libraron la gran guerra marítima de la Antigüedad. Los expertos académicos que han visitado el lugar lo consideran una hipótesis plausible. Y en la atmósfera desprendida de la realidad del Pájaro Azul es casi obligado sentirse inclinado a creerlo.
Germán y Pedro me señalan, en los lienzos de muros que ciegan los arcos renacentistas, puertas adivinadas que acaso oculten espacios aún por excavar bajo los edificios vecinos. De pronto todo este sector subterráneo de la ciudad se insinúa como un vasto criptopórtico donde el horizonte fenicio y púnico del palimpsesto gaditano espera a ser revelado. Y lo hace bajo el barrio canalla de la marinería de este puerto abierto a todos los mares, territorio antaño de burdeles y contrabando.
Dentro de unos meses en este lugar se harán visitas arqueológicas durante el día y se cantará flamenco al caer la noche. Yo espero poder venir con Ángela a brindar con Pedro y Germán por las ciudades que, como su Cádiz, tienen un futuro más feliz cuanto mayor respeto muestran por su pasado.
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