El objeto de esta entrada no es otro que animaros a visitar Marrakech. Es una oportunidad extraordinaria que a poco más de una hora de vuelo desde Madrid pueda uno cambiar de mundo de un modo tan radical, tan completo. Es toda una interpelación a nuestro sentido del tiempo, a nuestra forma de vida. Marrakech es un lugar para redescubrir la calma. Uno busca habitación en uno de los muchos riads de la medina y sale a las callejuelas a ver qué le ofrece ese inagotable laberinto de callejones de los milagros que es la ciudad vieja de Marrakech. Es lo que hicimos Ángela y yo estas navidades pasadas, y estamos deseando regresar.
Este blog ha elegido la historia antigua y la arqueología como temas centrales de interés, pero los encantos de Marrakech son de otra naturaleza, en especial los que animan ese inmenso espacio de improvisación de palabras y talentos humanos que es la plaza de Jemaa El-Fna. Pero a modo de premio de consolación, os muestro algunas fotos de la madraza de Alí Ibn Yusuf. Fue fundada en el s. XIV bajo la dinastía de los merenidas, fue en su momento la mayor del norte de África y presume de ser aún la más espléndida. Merece la pena asomarse a los balcones mashrabiyya, de madera labrada, para ver el claustro decorado con cerámica andalusí.
Sí, Marrakech es para mí una de los grandes destinos viajeros que nos quedan. Enamorado de ella a ella he peregrinado en cuatro ocasiones, en avión una vez, en coche dos y hasta en el famoso Marrakech Express de la canción de CSN&Y otra. Par mí Marrakech es más un viaje en el tiempo, un viaje a la edad media mítica que a una latitud. Aunque pretender escribir algo que nadie hubiera dicho de Marrakech sería vano, pretencioso y tonto al mismo tiempo. Vano porque apenas podría uno alcanzar a repetir lo que otros antes pusieran sobre el papel. Pretencioso porque para ver la Marrakech de verdad tal vez hay que haber vivido más y más desiertos. Tonto porque en el fondo nada importa que otros lo hayan dicho. Así que hay que sobreponerse a vacuidad, la vergüenza y la tontería y decir como cada uno mejor pueda lo que sus ojos ven caminando por la Medina de Marrakech. Y lo que de verdad uno ve no se ve con los ojos. Seguimos olores: un muchacho con su té de menta hacia algún lado, dejando un rastro que de repente perdemos al llegar al zoco de los curtidores envuelto en fragancias de cuero. Un poco más allá orines, y ahora nada, las joyas nunca huelen. Sí, fuera de la sombra protectora, las verduras y hortalizas, la fruta. Los burros que te llevan, y hasta el grito de ‘arra’ que el musulmán da tiene un olor. Dos muchachos levemente cogidos por los dedos meñiques también tienen su propio olor. Claro que podemos, en otras ocasiones, ver con el sonido, el de los contadores de historias elevando la voz y el cuerpo en el preciso instante; el tintineo impreciso de los aguadores; el silbido de la flauta susurrando melodías a las cobras. El Atlas, muy a lo lejos, también hace un ruido peculiar e inconfundible para aquellos acostumbrados a escuchar el resuello lento de la tierra creciendo o encogiéndose. Y Dios es Grande, Allajuh Akbar, desde uno, uno cualquiera de los muchos minaretes. A veces cree uno que esa voz llamando a la oración no viene de éste sino de algún otro en Kairowan, Meca o Medina, como si una sola voz fuera la que arrancara la llamada, del mismo modo que una onda en el agua se convierte en otra y ésta a su vez en una más lejana. Una algarabía incomprensible de pájaros también puede verse con esos ojos que nada tienen que ver con los del turista, porque los ojos del turista son rectangulares, y, a pesar del zoom de las cámaras, miopes. Y los ojos del viajero son redondos, porque redondo es el mundo, y en vez de abrirse o cerrarse, esos ojos se expanden, en fin, como el Universo…
ResponderEliminar¡Ay, Jaime, qué maravilla! Cuando me senté a preparar la entrada me pregunté si podría escribir algo original sobre Marrakech, pero me dije que sería "vano, pretencioso y tonto", y no lo hice, conformándome con una paupérrima faena fotográfica de aliño. Menos mal que tú te pones manos a la obra y demuestras que la buena literatura, aunque se exprese en algo tan efímero como un blog, nunca es ni vana, ni pretenciosa, ni tonta.
ResponderEliminarAsí que gracias por ponerle palabras a las huellas que me dejó Marrakech en la piel y la memoria. Gracias por este catálogo de olores a mitad de camino entre el Atlas y la Edad Media, y por recordarnos que los ojos del turista son rectangulares, pero los del viajero redondos.
A punto estuve de invertir los términos, y poner tu comentario como entrada principal, y la mía como humilde comentario. Si no lo hice fue porque aún no he descubierto cómo meter las fotos en los comentarios.
Un abrazo con olor a abrazo.
así me crecen las ganas de ir; ver con todos los sentidos.
ResponderEliminaren fin, espero lograrlo.
un abrazo.
Espero que lo logres, Nata, porque te va a fascinar. Abrazos.
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