lunes, 16 de septiembre de 2024

LA NECRÓPOLIS VACCEA DE "LAS RUEDAS" EN PINTIA (Tras las huellas de Julio César XXVIII)

 


La parte final y culminante de mi visita a Pintia tuvo como escenario la necrópolis de Las Ruedas, situada a corta distancia de la ciudad vaccea, separada de ella por el arroyo Pajares. Su extremo más próximo a la muralla es conocido por los lugareños como Los Cenizales, por ser aún bien notorios los efectos de haber sido utilizados durante muchas generaciones como ustrinum o lugar de cremación de los difuntos antes del traslado de los restos a las tumbas.

La magnitud arqueológica de Las Ruedas excede la imaginación. Se mantuvo en uso desde el siglo V a. C. hasta el II a. C., más de quinientos años en los que se estima que fueron enterradas más de cien mil personas, en una extensión de unas seis hectáreas. Si se tiene en cuenta que en cada tumba—formada por un hoyo en el suelo señalado con una lancha de piedra caliza en la superficie—se depositó la urna cineraria, junto con elementos metálicos como armas o broches en el caso de los guerreros, y vasijas conteniendo alimentos y bebidas, nos damos cuenta del ingente patrimonio que atesora el paraje. Tristemente, una gran parte de él se ha perdido para siempre. «Esto ha sido el paraíso de los furtivos—se lamenta Carlos cuando iniciamos nuestro paseo por Las Ruedas—; en el pueblo se cuenta que, en los años 60, venían unos holandeses en una autocaravana y se pasaban el verano excavando y llevándose lo que les parecía, a la vista de todos y con total impunidad. Y así durante décadas. En un solo sábado de febrero de 1990 vinieron cuatro coches con detectores y nos hicieron 1012 hoyos».

Por ello, la historia del proyecto Pintia no es solo una epopeya arqueológica, sino una hazaña de protección integral. Año tras año, el equipo sigue adquiriendo fincas para el uso público, denunciando los expolios y las destrucciones, desarrollando actividades cívicas y educativas. El propósito es que Pintia sea un activo único, apreciado y disfrutado por los vecinos y los visitantes, como valor añadido a su trascendencia científica. Es con ese propósito que Carlos y sus colaboradores han creado, como una extensión contemporánea del uso de la necrópolis de Las Ruedas, el cementerio civil Sertorio y el cementerio para mascotas Cierva Blanca[1]. Junto a las estelas vacceas es posible depositar en nuestros días una placa que recuerde, como un cenotafio amparado por el uso funerario ancestral del lugar, a nuestros seres queridos.

Con ayuda de la Diputación y la Universidad de Valladolid, Las Ruedas se ha dotado de un pequeño graderío para actos culturales, un mirador, paneles informativos y la gran escultura de acero corten que sirve de emblema al yacimiento. Alude a las estelas discoides que dieron nombre al lugar y que desaparecieron con el paso de los años. En su lugar se ha utilizado una, seguramente similar, hallada en Clunia, ya en territorio celtibérico.  

El trabajo pendiente, tanto de protección como de investigación, es ingente. Una buena parte de las seis hectáreas que ocupa la necrópolis siguen teniendo uso agrícola. Fue precisamente con la concentración parcelaria de 1984 cuando, en palabras de Carlos, «se mete el arado en lo que hasta entonces era un perdido. Salen a la superficie dos centenares de estelas y se tiran a una escombrera. Las recuperamos en 2003 y las volvimos a poner aquí como pudimos.  Hasta 2008 se han seguido sacando estelas con el arado. Nosotros, claro, hemos presentado denuncias ante todas las instancias». Unas pocas cifras desgranadas por el arqueólogo resumen el potencial, pero también el desafío, de la arqueología en España. «Hay 23.000 yacimientos en Castilla y León. De ellos, solo 189 son BIC arqueológico, de los que seis son ciudades vacceas. Y, entre ellas, Pintia es un caso único.  Asumo el drama de que, para conservar este patrimonio, tenemos que apoyarnos en el turismo. Seamos turismo—concluye Carlos—, ¡pero turismo del bueno!».

En este asombroso lugar, se han excavado hasta ahora 3500 m² (¡de los 60.000 totales con que cuenta!), con un total de 320 tumbas exhumadas; las primeras setenta de ellas dieron lugar a la tesis doctoral del propio Carlos Sanz.  De ahí la pasión con que nos muestra algunas de las más destacadas, como las de tres vacceas—una de ellas una niña de seis años—de la nobleza, con enormes ajuares, el mayor de ellos de 114 piezas. Tras la excavación se plantó un ciprés en el emplazamiento de cada tumba, y desde entonces empezó a crecer el mágico bosquete que hoy acoge al visitante. Al pie de cada árbol hay una placa con un poema. «Son de mi amigo el poeta Aderito Pérez Calvo. Le regalé un ejemplar de mi tesis doctoral y escribió setenta sonetos», explica Carlos con orgullo. No es para menos.

La última parada de la visita nos lleva al mirador. Ante nosotros destaca un gran mosaico que representa al animal en vista cenital que sirve de emblema identificatorio de la cultura vaccea. En un extremo del mismo se alza un columbario rematado por un tejadillo a dos aguas, hecho con tejas romanas. «No olvidemos que esto es una necrópolis, y que de las tumbas se exhumaron restos humanos que merecen todo nuestro respeto. Ese columbario representa nuestra voluntad de hacer de este lugar un memorial de los muertos.  En 2026 traeremos las cenizas que hemos rescatado y nos gusta pensar que aquí podrán celebrarse actos de recuerdo en la festividad cristiana de Todos los Santos y en el Samaín celta».

De regreso al centro, de nuevo en Padilla de Duero, me despido de Carlos y Elvira, antes de que empiecen a explicar a los visitantes el valor científico de las bellas piezas cerámicas que se exhiben en las vitrinas. Me llevo de recuerdo la reproducción de un tintinábulo, una especie de sonajero de función protectora de pura tradición vaccea. Me servirá para tener presente el maravilloso trabajo de los arqueólogos del CEVFW. Ellos representan lo mejor de la desigual batalla que libramos en España, y en tantos otros lugares, por la protección de nuestro patrimonio arqueológico, a menudo poniendo en juego un desproporcionado esfuerzo personal que merece todo nuestro apoyo. Gracias a ellos, tal vez un día sepamos si hace algo más de dos milenios Julio César pasó por Pintia camino de Gallaecia. Sobre todo, gracias a ellos sigue vivo el proyecto de recuperación de una importante porción de nuestro pasado. Está en juego el respeto que le debemos a quien nos precedieron, y a nosotros mismos.


[1] De nuevo aparece en esta historia nuestro viejo conocido, Quinto Sertorio. Dice la leyenda, transmitida por Frontino, que Sertorio solía aparecer ante los guerreros lusitanos acompañado por una cierva blanca, a la que se atribuía un don profético.

[Este post es la continuación y conclusión de PINTIA: UNA CIUDAD VACCEA JUNTO AL DUERO, publicado en este mismo blog].












































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