Paseamos con nuestros cascos amarillos, siguiendo los pasos y las explicaciones de la guía, Valeria, por los corredores de la Domus Áurea, la mansión enterrada de Nerón. El sentido práctico de Trajano la desnudó un día del oro y el mármol que la cubrían por entero, y arrancó todo lo que consideró valioso, incluso las tuberías de plomo del ninfeo de Ulises y Polifemo en el que ahora prestamos atención al silencio, sobrecogidos. Después colmó las habitaciones de tierra prensada para servirle de cimiento a las termas que quería regalarle al pueblo de Roma, a la ciudad y a su propia memoria. Tan solo quedaron en su lugar las grandes estancias misteriosas, las pinturas sutiles y esa maravillosa sala octogonal que parece entrañar áureas proporciones de belleza que no conseguimos terminar de aprehender. Tal vez hayan sido ya olvidadas, como los sueños de Nerón.
preciosa entrada... amigos. Andábamos nosotros por la Ciudad de las cien torres, Bolonia, otro lugar de ensueño... salud...
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