Que el Museo Lázaro Galdiano es uno de los más atractivos de Madrid es bien sabido: pocos están en un edificio y un entorno tan hermosos, y en pocos puede hacerse en una mañana un recorrido de la historia del arte tan interesante. Tiene además piezas realmente extraordinarias, como ese fascinante jarrón tartésico de bronce del siglo VI a. C. con una cabeza de felino, probablemente un león, y un asa con forma de serpiente.
Llevaba tiempo esperando incorporarlo al cuaderno de dibujos, y finalmente llegó el momento. Mereció la pena: sólo cuando se dibuja un objeto así se presta la suficiente atención a los detalles y se familiariza uno con la textura y la personalidad del objeto. Tras pasar un rato ante la vitrina, es como si el león y la serpiente hayan pasado a ocupar su lugar en mi panteón imaginario de los antiguos dioses de Tartessos.
Hay, claro, otras muchas cosas que hacen que la visita valga la pena. A los amantes del arte antiguo les gustará ver la orfebrería fenicia y algunas piezas celtíberas. Y tal vez disfruten, como yo, dejándose desafiar por esa contraposición estimulante entre las obras de la exposición permanente del museo y las de arte contemporáneo de la colección DKV, repartidas al acecho por las salas. Sirva como ejemplo esa Big bag de Samuel Salcedo que lo escruta a uno desde el suelo con su mohín de aluminio y su ceño fruncido. Propuestas como esta son las que hacen que el Lázaro Galdiano siempre nos sorprenda; enhorabuena al museo y a su directora, Elena Hernando.
Fantástica reseña... No conozco el museo. Mis padres sí y me lo recomiendan siempre.
ResponderEliminar¡Hola, Íñigo! No dejes de ir en tu próximo rato disponible en Madrid; te encantará.
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