En la segunda mitad del siglo I a.C., Lucio Calpurnio Pisón, suegro de Julio César, reunió en su villa costera de Herculano, al pie del Vesubio, una extraordinaria biblioteca de textos epicúreos. Allí se dieron cita numerosos filósofos y eruditos, en un ambiente de serenidad y conversación que emulaba el kepos (jardín) fundado en Atenas por el propio Epicuro, en una pequeña propiedad compartida con amigos y discípulos que les sirvió de retiro para la vida en común y la meditación amistosa. Qué hermosa idea, por cierto.
El proyecto de Pisón se mantuvo vivo hasta el 25 de agosto del año 79 d.C. Ese día la erupción del Vesubio sepultó la villa bajo una capa de 30 metros de ceniza volcánica. Los 1785 rollos de papiro que contenía la biblioteca desaparecieron del conocimiento de los hombres hasta que en 1750, en el curso de las excavaciones ordenadas por ese notabilísimo personaje que fue el rey Carlos de Borbón (más tarde Carlos III de España), fueron descubiertos por Karl Jakob Weber. Weber era asistente del ingeniero militar zaragozano Roque Joaquín de Alcubierre, director de las excavaciones desde 1738.
Los rollos de papiro que dieron nombre a la villa aparecieron carbonizados. Poco después, el padre escolapio genovés Antonio Piaggio concibió una máquina para desenrrollar los papiros. El primero de ellos reveló su contenido, entre la expectación de toda Europa, en 1754: resultó ser un fragmento del Libro IV de la obra "Sobre la música" de Filodemo de Gándara, filósofo epicúreo protegido de Pisón y probable compilador de la biblioteca.
Esta asombrosa historia puede conocerse de primera mano en la exposición "La Villa de los Papiros" que han comisionado Carlos García Gual y Nicola Odatti para la Casa del Lector, en ese espacio fascinante que es el Matadero de Madrid. Hay que darse prisa: está abierta hasta el próximo 27 de abril.
La exposición no sólo presenta recreaciones de la villa y de las maravillosas estatuas que contenía, sino que ofrece también un recorrido por las técnicas, los hábitos y el papel social de los libros y la escritura en el mundo romano, así como la historia de esa hazaña arqueológica que fueron las excavaciones borbónicas en Pompeya y Herculano. Y presenta, con un atractivo irresistible, dicho sea de paso, la sabiduría epicúrea.
Paseo por las salas y me detengo ante los rollos de papiro, carbonizados y retorcidos, como si aún latiera en ellos la angustia de la tragedia. Me dejo maravillar por la máquina de Piaggio, una delicada joya de madera brillante y ruedecillas metálicas de cuyo funcionamiento fue testigo en innumerables sesiones el propio rey Carlos. En las paredes hay fragmentos de frescos pompeyanos relativos a los libros y la escritura. Uno de ellos muestra un rollo de papiro parcialmente desenrrollado en el que puede leerse el comienzo de un epigrama amoroso: Que viva el que ama / que se muera quien no sabe amar.
En otro se conserva un socarrón grafito callejero: Oh, pared, me maravilla que no te hayas hundido bajo el peso de tantas necedades.
Al término de la exposición despide a los visitantes el famoso fresco deTerencio Neo y su esposa, él con un rollo de papiro y ella con unas tablillas enceradas. Miran hacia delante con un asomo de curiosidad, atentos y serenos, como si leyeran el texto de Epicuro que brota, como una hilera de insectos blancos, en el negro papel que tienen enfrente:
La amistad va recorriendo la tierra como un heraldo que nos invita a la felicidad.
Para más información:
Exposición "La Villa de los Papiros"
[Gracias, Carlos, por la pista].
Estupenda reseña. Nos tienes mal acostumbrados.
ResponderEliminarGracias Íñigo, mira quién fue a hablar...
ResponderEliminarDe nada, un placer compartir los buenos hallazgos y estoy de acuerdo, estupenda reseña.
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