Es muy poco lo que sabemos sobre el matrimonio de Aníbal y la oretana Imilce, princesa de Cástulo; tenemos tan solo una vaga referencia de Tito Livio y algunos fragmentos del poema épico La Guerra Púnica, de Silio Itálico. Por eso, la escena que lo describe en La cólera de Aníbal, con el ritual que llevan a cabo ambos cónyuges en el templo de Atargatis de Qart Hadasht, en presencia del Sumo Sacerdote Zekárbal, es una combinación de unos pocos puntos de apoyo procedentes de los textos clásicos y de la arqueología, y, sobre todo, mucha imaginación.
En su nueva ilustración, Sandra Delgado nos hace centrar toda la atención en los tres protagonistas; en sus actitudes, sus adornos personales, sus manos y sus miradas. Y en ese gallo alrededor del cual todo gira: los sacerdotes tocando sus cuernos, la bahía de Qart Hadasht ocupando el horizonte en un vertiginoso escorzo cenital. Una maravilla.
Si queréis refrescar la escena (pág. 246):
En ese momento
se abrieron las puertas del templo y salieron Aníbal e Imilce tan radiantes de
júbilo, juventud y belleza que la multitud enmudeció de admiración. Sósilo tuvo
la certidumbre de estar viviendo un momento memorable, uno de esos que sirven
para señalar, como miliarios romanos, los grandes hitos de los asuntos de los
hombres. Trató de observar cada detalle, sintiendo de pronto la responsabilidad
de tener que ser precisamente él quien dejara registrados para el porvenir
aquellos sucesos extraordinarios.
Bajo la atenta mirada de Imilce, Aníbal se aproximó al Rab Kohanim y le
entregó el gallo sacrificado. Esa fue la señal para que los sacerdotes
comenzaran a tocar sus instrumentos y un clamor de alborozo se alzó en el patio
del palacio. Poco después un eco le respondió desde la ciudad, que subió de
tono hasta convertirse en un estruendo.
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