Recientemente relataba en este blog la visita a un magnífico enclave ilercavón situado en el Castellet de Banyoles, en un cerro elevado sobre un meandro del río Ebro en la provincia de Tarragona. Sin embargo, las cartelas repartidas por el yacimiento nos proporcionaron más
preguntas que respuestas. En ningún lugar se indica, por ejemplo, cuál fue el
nombre indígena de aquella imponente ciudad. ¿Cómo es eso posible? ¿Tan frágil
o tan selectiva es la memoria de la Historia?
Por fortuna, las autoridades
arqueológicas catalanas han tenido recientemente a bien abrir un centro de
interpretación –Espai Ilercavònia- en
el cercano pueblo de Tivissa. Tivissa es un hermoso ejemplo de esos abigarrados
caseríos tarraconenses construidos a la sombra de una iglesia y de los montes
calcáreos forrados de pinos.
Una vez superados los
sempiternos lazos amarillos que decoran el acceso al lugar –qué bien harían los
munícipes si tuvieran presente que en el espacio público se respira mejor
cuando es de todos- nos llevamos una gratísima sorpresa. El centro, pequeño
pero muy bien aprovechado, proporciona una colorida visión de, como su nombre
anticipa, la Ilercavonia. Hay numerosos paneles informativos y vídeos como el
dedicado al llamado tesoro de Tivissa,
un conjunto de piezas de plata descubierto en 1927 que incluía una que se haría
icónica: una pátera con una cabeza de lobo en relieve, grabados representando
enigmáticas ceremonias rituales con dioses y genios alados, y un texto en
escritura ibérica, como todos los de esa lengua, aún por traducir.
Por cierto que no deja de
producirme desasosiego eso de que la lengua de nuestros más distintivos
ancestros sea aún un enigma. Un pueblo sin memoria escrita no es que sea un
pueblo sin voz: es un pueblo sin rostro. Un pueblo con una lengua que aún no ha
hallado su piedra de Rosetta lleva su faz cubierta por una máscara de
anonimato. Ojalá un día los arqueólogos y paleolingüistas nos ayuden a
retirársela a nuestros íberos.
Una sucesión de arcones
revela, al alzarse sus tapas, diversos aspectos de la vida de los ilercavones.
Uno de ellos se dedica, precisamente, a la escritura ibérica, y se pueden
construir en él palabras en esa lengua estableciendo equivalencias desde la
nuestra con fonemas adhesivos. Cuando llego a él hay ya una ofreciéndose como
ejemplo. La leo, letra a letra: Arturo.
Levanto la vista y me
encuentro con la sonrisa de Ángela. A ella nunca le faltan formas nuevas de
dejarme sus mensajes.
El mejor hallazgo del Espai Ilercavònia es su anfitrión:
Antoni, un joven grande y jovial. Nos recibe orgulloso de presentarnos “su”
ciudad.
- Fue descubierta en 1912 por
un payés que, arando, encontró un tesoro de monedas de plata, pendientes y
colgantes. Y ya se sabe lo que pasa en estos pueblos: el hombre no pudo
resistirse a ir contándoselo a todo el mundo.
Entablamos conversación y nos
habla con el entusiasmo contagioso de los arqueólogos que encuentran a legos
interesados por su labor.
- Fue una ciudad muy importante
desde algo así como el siglo IV a. C. Y, además, cuando los romanos derrotaron
la rebelión de Indíbil y Mandoni –lo
dice así, en catalán- muchos ilergetes se refugiaron en ella. Allí presentaron
su última resistencia.
Observo las fotos aéreas del
yacimiento e imagino el asedio, las batallas continuas y, al fin, la
destrucción, como en Numancia y tantos otros lugares, la ciudad convertida una
heroica y anónima Masada de ilercavones e ilergetes, los dos pueblos hermanados
de nuevo en su última hora.
Pero, ¿anónima? Le pregunto a
Antoni si se conoce alguna pista sobre el nombre indígena.
- Los arqueólogos dicen que
pudo llamarse Sekakum. Se han encontrado fragmentos de monedas de una ceca con
ese nombre, pero ninguna entera. Es que, al parecer, se utilizaban trozos para
transacciones de poco valor, a modo de calderilla.
- ¿De plata?
- Sí, por aquí abundaban la
plata y el plomo. En el Priorat, en Bellmunt, estuvieron las segundas minas más
importantes de la península. Ahora hay un museo y se pueden visitar. Está cerca
de Falset; ¿lo conocéis?
- Claro que lo conocemos. Vamos
de vez en cuando a comprar vino y aceite, y a comer en El Cairat.
- Mira qué bien; yo soy de
allí. Pues ya sabéis: la próxima vez a visitar las minas y a tomar después el
vermut a Falset. Lo hacemos muy rico, sobre todo el blanco.
Tomamos buena nota, nos
despedimos de Antoni y reemprendemos nuestro camino, tomando de nuevo la
carretera que pasa junto al yacimiento. Sobre su cerro de sol, viento, caliza y
romero, con un ochenta por ciento de su superficie aún por excavar, Sekakum
mantiene su vigilancia de milenios sobre el Ebro.
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