martes, 28 de enero de 2020

DESCUBRIENDO SEKAKUM EN EL "ESPAI ILERCAVÒNIA" (Tras las huellas de Aníbal XVIII)


Recientemente relataba en este blog la visita a un magnífico enclave ilercavón situado en el Castellet de Banyoles, en un cerro elevado sobre un meandro del río Ebro en la provincia de Tarragona. Sin embargo, las cartelas repartidas por el yacimiento nos proporcionaron más preguntas que respuestas. En ningún lugar se indica, por ejemplo, cuál fue el nombre indígena de aquella imponente ciudad. ¿Cómo es eso posible? ¿Tan frágil o tan selectiva es la memoria de la Historia?

Por fortuna, las autoridades arqueológicas catalanas han tenido recientemente a bien abrir un centro de interpretación –Espai Ilercavònia- en el cercano pueblo de Tivissa. Tivissa es un hermoso ejemplo de esos abigarrados caseríos tarraconenses construidos a la sombra de una iglesia y de los montes calcáreos forrados de pinos.

Una vez superados los sempiternos lazos amarillos que decoran el acceso al lugar –qué bien harían los munícipes si tuvieran presente que en el espacio público se respira mejor cuando es de todos- nos llevamos una gratísima sorpresa. El centro, pequeño pero muy bien aprovechado, proporciona una colorida visión de, como su nombre anticipa, la Ilercavonia. Hay numerosos paneles informativos y vídeos como el dedicado al llamado tesoro de Tivissa, un conjunto de piezas de plata descubierto en 1927 que incluía una que se haría icónica: una pátera con una cabeza de lobo en relieve, grabados representando enigmáticas ceremonias rituales con dioses y genios alados, y un texto en escritura ibérica, como todos los de esa lengua, aún por traducir.

Por cierto que no deja de producirme desasosiego eso de que la lengua de nuestros más distintivos ancestros sea aún un enigma. Un pueblo sin memoria escrita no es que sea un pueblo sin voz: es un pueblo sin rostro. Un pueblo con una lengua que aún no ha hallado su piedra de Rosetta lleva su faz cubierta por una máscara de anonimato. Ojalá un día los arqueólogos y paleolingüistas nos ayuden a retirársela a nuestros íberos.

Una sucesión de arcones revela, al alzarse sus tapas, diversos aspectos de la vida de los ilercavones. Uno de ellos se dedica, precisamente, a la escritura ibérica, y se pueden construir en él palabras en esa lengua estableciendo equivalencias desde la nuestra con fonemas adhesivos. Cuando llego a él hay ya una ofreciéndose como ejemplo. La leo, letra a letra: Arturo.

Levanto la vista y me encuentro con la sonrisa de Ángela. A ella nunca le faltan formas nuevas de dejarme sus mensajes.

El mejor hallazgo del Espai Ilercavònia es su anfitrión: Antoni, un joven grande y jovial. Nos recibe orgulloso de presentarnos “su” ciudad.

- Fue descubierta en 1912 por un payés que, arando, encontró un tesoro de monedas de plata, pendientes y colgantes. Y ya se sabe lo que pasa en estos pueblos: el hombre no pudo resistirse a ir contándoselo a todo el mundo.

Entablamos conversación y nos habla con el entusiasmo contagioso de los arqueólogos que encuentran a legos interesados por su labor.

- Fue una ciudad muy importante desde algo así como el siglo IV a. C. Y, además, cuando los romanos derrotaron la rebelión de Indíbil y Mandoni –lo dice así, en catalán- muchos ilergetes se refugiaron en ella. Allí presentaron su última resistencia.

Observo las fotos aéreas del yacimiento e imagino el asedio, las batallas continuas y, al fin, la destrucción, como en Numancia y tantos otros lugares, la ciudad convertida una heroica y anónima Masada de ilercavones e ilergetes, los dos pueblos hermanados de nuevo en su última hora.

Pero, ¿anónima? Le pregunto a Antoni si se conoce alguna pista sobre el nombre indígena.

- Los arqueólogos dicen que pudo llamarse Sekakum. Se han encontrado fragmentos de monedas de una ceca con ese nombre, pero ninguna entera. Es que, al parecer, se utilizaban trozos para transacciones de poco valor, a modo de calderilla.

- ¿De plata?

- Sí, por aquí abundaban la plata y el plomo. En el Priorat, en Bellmunt, estuvieron las segundas minas más importantes de la península. Ahora hay un museo y se pueden visitar. Está cerca de Falset; ¿lo conocéis?

- Claro que lo conocemos. Vamos de vez en cuando a comprar vino y aceite, y a comer en El Cairat.

- Mira qué bien; yo soy de allí. Pues ya sabéis: la próxima vez a visitar las minas y a tomar después el vermut a Falset. Lo hacemos muy rico, sobre todo el blanco.

Tomamos buena nota, nos despedimos de Antoni y reemprendemos nuestro camino, tomando de nuevo la carretera que pasa junto al yacimiento. Sobre su cerro de sol, viento, caliza y romero, con un ochenta por ciento de su superficie aún por excavar, Sekakum mantiene su vigilancia de milenios sobre el Ebro.


















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