No sólo como sede califal de los Omeyas vivió Córdoba momentos de esplendor. Como capital de la provincia Bética de Hispania durante siglos, la Colonia Patricia Corduba se convirtió en un rincón del mundo tan impecablemente romano como para producir figuras tan célebres como la de Séneca, y comenzamos nuestro paseo yendo a encontarnos con su estatua de bronce, erguida sobre un pedestal junto a la puerta de Almodóvar, a la sombra de la muralla. Pero ningún testimonio de la genealogía romana de Córdoba es tan abrumador como el puente de piedra que salta sobre el Guadalquivir desde la torre de la Calahorra hasta la mezquita. Y ninguno tan sugerente como las columnas del templo del culto imperial que hacen guardia junto al ayuntamiento.
Con todo, nada nos conmovió tanto como el texto de la lápida funeraria de Servilia que se exhibe en el Museo Arqueológico de la ciudad:
Por un digno pudor es alabada con todos los nombres Servilia, que yace raptada por una muerte inmisericorde. Murió la dulce esposa, la madre cariñosa, la hija apreciada, la hermana querida distinguida por los bienes distinguidos del espíritu, protectora sagrada de su casa [...] Sus infelices padres lloran sus heridas, las mejillas de su hermano lloran este momento trágico.
Pienso en Servilia y me maravillo una vez más por el poder taumatúrgico de la palabra escrita, que permite que aquella mujer celebrada siga entre nosotros.
Que la tierra de Córdoba te sea leve, Servilia.
Sit tibi terra levis.
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