martes, 3 de septiembre de 2024

PINTIA: UNA CIUDAD VACCEA JUNTO AL DUERO (Tras las huellas de Julio César XXVII)

 


No sabemos cuál fue la ruta que siguió César para alcanzar las costas lusitanas durante su gobierno de la Hispania Ulterior en 61 a. C., pero no parece descabellado pensar que lo hiciera siguiendo la ruta natural que conduce desde la meseta norte hasta el Atlántico: el valle del Duero. Como de lo que se trata es de seguir las huellas de César, creo que nos iluminará hacernos la siguiente pregunta: ¿hay en el valle del Duero ciudades indígenas con evidencias de asedio y destrucción con una datación compatible con la campaña del propretor Cayo Julio César en el 61 a. C.?

Se me ocurre por lo menos una, y esta una no es para ser pasada por alto. Es una de las grandes ciudades indígenas prerromanas de la península ibérica. Sus restos están saliendo a la luz en excavaciones arqueológicas desde hace cuatro décadas en la localidad vallisoletana de Padilla de Duero, una pedanía de Peñafiel, en un espectacular paraje de escarpes y viñedos. Me refiero, claro está, a Pintia la vaccea. 

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La noticia saltó a los medios de comunicación el 15 de enero de 2024: «Un agricultor destruye parte del yacimiento de Pintia en Valladolid con una zanja de riego», decía el titular del Diario de Valladolid. Y continuaba: «La Junta se personará contra él por causar “muchísimo daño” y destruir “en una mañana el trabajo realizado por los arqueólogos en los últimos doce años”, subraya el Consejero de Cultura, Gonzalo Santonja». Me indigné tanto que indagué quién estaba actuando en defensa del yacimiento; di con el contacto de la Asociación Cultural Pintia y me ofrecí a ellos para ver de qué modo podía ayudar ante tal desaguisado. La respuesta de la persona que me respondió, Elvira—más tarde supe que era Elvira Rodríguez Gutiérrez, doctoranda en la Universidad de Valladolid—, fue muy cordial y acabé convertido en miembro de la asociación al instante.  Elvira me invitó a pasarme por Padilla para conocer el yacimiento y el proyecto Pintia y, pocos meses después, en una mañana de domingo de finales de junio en que el sol castigaba ya en el valle del Duero, conseguí acercarme al lugar.

El punto de encuentro fue una gran nave decorada con motivos vacceos situada en la plaza mayor de la pedanía. Es la sede del Centro de Estudios Vacceos Federico Wattenberg (CEVFW) de la Universidad de Valladolid, llamado así en memoria de un malogrado profesor de la misma, pionero en la investigación del gran pueblo de estirpe céltica que ocupó la cuenca media del Duero desde el siglo V a. C. hasta la conquista romana, extendiéndose por un territorio de 45.000 km². Los vacceos siempre han llamado mi atención por su original sistema colectivista de explotación agrícola, de que dan cuenta las fuentes clásicas, por sus grandes ciudades míticas como Cauca, Palantia o Intercatia, prósperas y populosas desde el siglo IV a. C., y por ser el sustrato indígena dominante de Fuentemolinos, mi terruño paterno, casi ya en la frontera con los arévacos.  

En el CEVFW me esperaban la propia Elvira y Carlos Sanz Mínguez, director del centro y profesor de la Universidad de Valladolid. Carlos ha sido el gran impulsor del proyecto Pintia durante las últimas décadas y ha protagonizado, con infatigable coraje y dedicación, la defensa legal y científica del yacimiento contra el abandono y el expolio. Cuando en España acabemos de tomarnos en serio la defensa del patrimonio—hemos dado pasos de gigante, pero noticias como la de la zanja en Pintia muestran que aún queda mucho por hacer— y demos reconocimiento público a sus grandes valedores, la figura de Carlos Sanz ocupará un lugar destacado. Tras los saludos de rigor, me incorporé al grupo que se había reunido y salimos hacia el yacimiento para una visita guiada por el propio Carlos, quien había seleccionado los principales emplazamientos visitables de lo que constituye una zona arqueológica de 125 hectáreas.  Comenzamos por Las Quintanas, donde la ciudad indígena está saliendo a la luz en una zanja de 56 × 8 metros, con cuatro metros de potencia estratigráfica que condensa 1200 años de historia, desde el siglo V a. C. hasta la época visigoda.

Carlos nos puso en contexto, mostrando algunos de los aspectos más destacados del lugar: los sucesivos niveles de suelos de tierra batida sobre capas de cenizas, que dan testimonio de las correspondientes destrucciones por incendio de época vaccea; los restos de vigas carbonizadas; los hoyos en el suelo para encajar los durmientes sobre los que elevar las estructuras de adobe; los hogares a la vista, de época numantina. Una de las estructuras más significativas de la trinchera es un pozo artesiano de época romana, que resultó fallido cuando se ejecutó y se cubrió de nuevo con materiales de relleno. Su excavación ha sacado a la luz la estratigrafía completa del yacimiento. Es espectacular. «Hay un mínimo de seis niveles—explica Carlos—desde el momento fundacional en el siglo V a. C. Cuando se complete la excavación dejaremos a la vista todos los niveles preparados para la visita: vacceos, romano y visigodo». Es un trabajo colosal, que sufre la irregularidad con que se reciben las ayudas públicas.  Las labores se iniciaron en 2000 con fondos europeos y conocieron un gran impulso con la anterior corporación municipal—Diputación Provincial de Valladolid—, que financió la cubierta que hoy protege de la intemperie a esa joya arqueológica que es Las Quintanas. En la actualidad, el proyecto se financia con aportaciones varias, fundamentalmente de la Universidad de Valladolid, junto con las aportaciones de socios y visitantes y patrocinios como los Tempos Vega Sicilia o la Denominación de Origen Ribera del Duero.

Antes de abandonar el lugar, Carlos nos muestra un sarcófago visigodo de piedra que da testimonio de la última etapa de ocupación humana de Pintia y, un poco más allá, el emplazamiento, donde se hallaron los restos inhumados de un recién nacido, en época vaccea. El entierro bajo el hogar era una práctica muy habitual en las sociedades prerromanas, en las que, según Plinio, no tenían derecho a incineración aquellos infantes a quienes aún no les hubieran salido los dientes. «En quinientos metros cuadrados de excavación—puntualiza Carlos—han aparecido catorce niños. Eso demuestra que, en aquella época, lo importante no era nacer, sino sobrevivir». 

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La siguiente etapa de la visita nos llevó al paraje donde los arqueólogos del proyecto están sacando a la luz el extraordinario sistema defensivo de Pintia. «El día en que dimos con la muralla, no dormí»—recuerda Carlos con una amplia sonrisa, situándose junto a un gran panel que recrea el aspecto en 3D de la ciudad. Es tan realista que parece que estamos viendo la Pintia vacceo-romana desde la distancia. En él se muestran los principales sectores de la ciudad, incluido el barrio artesanal del otro lado del Duero, Carralaceña, que cuenta con su correspondiente necrópolis adyacente. Carlos nos muestra los principales elementos de defensa: una muralla de siete metros de ancho, una berma y tres fosos, que cuentan con escarpas y contraescarpas. «Es la primera vez que se ha identificado una poliorcética tan completa en la península en época prerromana». Todo ello se ve de modo tan excepcional en el emplazamiento que llevó al propio Carlos a adquirir la parcela. Como en Las Quintanas, también aquí se va incrementando poco a poco el patrimonio público. Carlos continúa sus explicaciones sobre el terreno, señalando aquí y allá. «La muralla fue construida con adobas revestida con sillarejo de piedra. Se calcula que se utilizaron siete millones de adobas para completar el algo más de un kilómetro de longitud con que cuenta. Y, fijaos, aquí fue atacada a la muralla, en este mismo lugar, en época romana, probablemente durante las revueltas vacceas del 56 a. C., aunque también pudiera haber ocurrido durante las guerras sertorianas. Era un punto clave, porque aquí se situaba la puerta principal de la ciudad. Aquí se ven aún los derrumbes».

Es en este punto cuando aventuro, en mi conversación con Carlos, que el asedio hubiera podido tener lugar donde durante la propretura de César, en el 61 a. C. Carlos se encoge de hombros, imagino que por no llevarme la contraria y desvanecer mi ilusión, y continúa con su explicación, señalando hacia el terreno llano que se extiende hacia el exterior de la ciudad. «Todo eso de ahí debió de ser un campo minado, con vasijas enterradas abiertas por las bocas. De ahí viene que los lugareños conozcan este paraje como Los Hoyos: ¡era frecuente que aquí se hundieran y cayeran las caballerías! Y más allá hemos encontrado evidencias de los bastiones que utilizaron los romanos para situar sus catapultas durante el asedio, y también restos del que seguramente fue su campamento de campaña». Es admirable comprobar cómo la ciencia de los arqueólogos permite leer, de este modo, el relato de los sucesos del pasado.

Los romanos, claro está, ganaron la partida, como ocurrió durante siglos en tantos otros lugares. De ello se ocuparon las regiones al mando de generales como Julio César.  Y, tras las regiones, llegó la consumación de la romanización, con la construcción de un foro y de una nueva trama urbana culminada en el siglo II d. C. Para entonces la muralla había dejado de ser necesaria y fue demolida, utilizándose para rellenar el foso más hondo. Y la historia del sistema poliorcético, como la de la ciudad vaccea a la que dio protección, fueron olvidándose a lo largo de casi dos milenios, hasta que comenzaron a ser objeto de la curiosidad de los arqueólogos del proyecto Pintia. Gracias a ellos, esta historia sale ahora a la luz, haciendo revivir ante nuestros ojos la maravillosa estampa de una vibrante ciudad vaccea junto al Duero.


[En un próximo post, la segunda parte de la visita: LA NECRÓPOLIS VACCEA DE LAS RUEDAS EN PINTIA]


















 







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