martes, 20 de agosto de 2024

TARRACO 71-49 a. C.: LA MEMORIA DE LA PIEDRA (Tras las huellas de Julio César XXVI)

 


En mis frecuentes visitas a Tarragona me he dado un auténtico festín de visitar espectaculares vestigios arqueológicos romanos, tanto en la ciudad como en sus alrededores, que dan fe de la importancia institucional, el poderío económico y militar, y el esplendor urbano que llegó a alcanzar Tarraco, la capital de la Hispania Citerior. Sin embargo, la Tarraco que conocemos hoy es, en gran medida, producto de la intensa actividad edilicia de tiempos de Augusto—quien disfrutó de una prolongada estancia en ella en 26-25 a. C.—y sus sucesores.

No es tan fácil, sin embargo, ponernos en las sandalias de Cayo Julio César para ver la ciudad que él vio cuando acudió a ella con el fin de celebrar la gran asamblea de ciudades de la Citerior con que dio por terminada su campaña contra los legados pompeyanos en 49 a. C. En aquellos días no existían ni el teatro, ni el circo, ni menos aún ese magnífico anfiteatro que hoy sigue deslumbrando a los visitantes en su rellano asomado al agua espejeante del Mediterráneo. Tampoco, extramuros, en el ager de Tarraco, el arco de Bará, la torre de los Ecipiones o el acueducto de Les Ferreres—el Pont del Diable para los locales—uno de los mayores prodigios de la arquitectura romana en nuestro país. Uno de mis ratos más gratificantes como dibujante arqueológico amateur lo pasé con el cuaderno y el rotulador delante de ese prodigio enmarcado por una frondosa y perfumada floresta mediterránea.  

Lo que sí existía—de hecho, en tiempos de César tenía ya al menos un siglo y medio a sus espaldas—era la muralla republicana, probablemente erigida aprovechando una anterior construcción bárquida de la que di cuenta en mi periplo peninsular en pos de las huellas de Aníbal.  Es una delicia sentarse a la sombra de esa venerable construcción en una mañana de verano e imaginar a César contemplando el paisaje y decidiendo conceder a Tarraco, en el marco del cónclave de la Citerior, el estatuto de colonia, adscrita a la tribu Galeria, con el nombre de Colonia Iulia Urbs Triumphalis Tarraco. De ese modo reconocía el apoyo que había recibido de los tarraconenses durante la campaña contra los pompeyanos.

Ese apoyo era el reflejo del vuelco del panorama político que se había producido en Hispania desde el momento de mayor prestigio de Pompeyo en la provincia tras su victoria sobre Sertorio, 28 años atrás, hasta la derrota de sus legados a manos de César. Hay un testimonio extraordinario, grabado en piedra para perdurar durante milenios, de ese cambio de tornas; es un perfecto ejemplo epigráfico de lo que hoy llamaríamos una mudanza de chaqueta política.

Hay que ir al Museu Nacional Arqueològic de Tarragona, MNAT, para contemplarlo de primera mano. Mientras dura la interminable rehabilitación de la sede histórica del museo en la plaza del Rei (cerró sus puertas el 15 de abril de 2018, y no se conoce aún fecha prevista de reapertura), el museo ha dispuesto una «exposición de síntesis», con las piezas más destacadas, en el Tinglado 4 del puerto de Tarragona. Es un hermoso espacio y una digna exposición que atempera mi desazón tras los ya más de seis años esperando la reapertura del museo.

En la sala que relata la peripecia de la ciudad «de base militar a capital de Augusto», una vitrina muestra la reproducción fotográfica de una pieza que se encuentra en restauración; hay que aplicar una nueva dosis de paciencia y resignación, y dejar pendiente una nueva visita cuando de nuevo se exhiba el original.  Se trata de una inscripción opistógrafa, o sea, grabada por las dos caras, procedente de la zona del foro de la colonia de Tarraco. Según dice la cartela, «la primera hace mención a una estatua dedicada por la ciudad de Tarraco a Pompeyo el año 71 a. C. El año 49 a. C., cuando Julio César convocó en Tarraco la asamblea provincial, esta estatua fue retirada, la placa se giró y se grabó una nueva dedicatoria en el reverso a P. Mucio Scaevola, lugarteniente de Julio César».

Este fragmento de piedra es un símbolo de la volatilidad de los destinos humanos. El gran Pompeyo había sido depuesto para dejar espacio en los honores públicos al lugarteniente de su rival. Su nombre quedó boca abajo en el reverso, para sumirse en el descrédito y el olvido. De algún modo, eso anticipaba lo que estaba por venir.

















2 comentarios:

  1. Qué ganas de leer tus crónicas recogidas en tu próximo libro...

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  2. ¡Gracias, Jaime, ya queda menos!

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