domingo, 5 de marzo de 2023

LOS ÚLTIMOS ILERCAVONES (En Sant Miquel de Vinebre)

 


Jordi me espera en Ca do Joan, el palacete que han habilitado en Vinebre como oficina de turismo. Hace ya veinte minutos que ha pasado la hora de cierre, pero no le ha importado prolongar la jornada para atender al visitante. Me ha preparado, además, documentación sobre el paso de Aníbal del Ebro, incluido un curioso cómic sobre la historia de Ascó. Y, por si todo eso fuera poco, se ofrece a llevarme hasta el yacimiento («es que es un poco lioso», me advierte). 

Pocos minutos después, tras dejar el coche a la sombra de un pino y subir a pie una áspera cuesta, llegamos al lugar. Es un espectacular otero salpicado de ruinas asomado al Ebro, con las laderas erizadas de espinos, romeros y lentiscos. Una tubería oxidada asciende desde el río, para conectar con un canal de riego a cielo abierto que atraviesa el yacimiento de punta a punta. «Lo construyeron en los años 50 -comenta Jordi-; lo rompieron todo, en aquellos tiempos no importaba nada». Quién sabe lo que se perdió entonces. Las excavaciones arqueológicas no comenzaron hasta los años 70, por el empeño de la arqueóloga Margarida Genera. Desde entonces se han sacado a la luz cerámicas, un pendiente de oro y los muros de lo que fue un asentamiento militar ilercavón construido a mediados del siglo II a.e.c., para controlar el acceso fluvial al territorio ilercavón, a través del Pas de L'Ase, o Paso del Asno. Aproximadamente un siglo después, en fechas próximas al paso de César por los Pirineos, en sentido inverso al de Aníbal, fue tomado por los romanos en una acción militar, como muestran los restos de incendio y los glandes de honda y puntas de lanza encontrados. Debió de tratarse de uno de los últimos puntos de resistencia ilercavona.

El lugar es impresionante. Grandes peñascos verdigrises nos circundan; allá abajo el río se desliza tan pacíficamente como lo hacía hace dos milenios, aunque en aquel tiempo fuera navegable durante un larguísimo trecho aguas arriba, hasta Caesaraugusta y más allá. En aquel tiempo, las embarcaciones remontaban el Pas de L'Ase haciendo uso del camino de sirga, lo que facilitaba el control y proporcionaba actividad  a un puerto fluvial. El viento agita perfumes de musgo y resina en los pinos y los acebuches. Jordi me saca de mi ensoñación: «¡Vaya vista, ¿eh?! Normal que fuera también una posición militar en la batalla del Ebro, en la Guerra Civil. Aquí se instaló un nido de ametralladoras que dominaba los riscos de la otra orilla»

Pues sí, normal. No en vano, como dice Carles Cols en su librito «Ilercavons», editado por la Generalitat: el yacimiento está «a dalt d'un turó que domina aquesta mena de Termòpiles catalanes». Desde aquí, es fácil sentirse uno de aquellos guerreros ilercavones que observaban con estupor a los elefantes de Aníbal cruzando el río en grandes almadías, como imagina el cómic de Jordi. Un guerrero ilercavón en las Termópilas catalanas.















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