viernes, 24 de marzo de 2023

LA CORDUBA TURDETANA (Tras las huellas de César IV)

 


El Museo Arqueológico de Córdoba se ubica en el palacio renacentista de los Páez de Castillejo, cuyos cimientos se asientan sobre las gradas del teatro romano de Corduba, en pleno casco histórico de la ciudad. Parece, por tanto, que no le faltan credenciales para que demos comienzo en él a la búsqueda de las huellas cordobesas de Julio César. Pero lo primero es lo primero. Para comprender la Corduba romana hay que acudir antes a la Corduba turdetana que le dio el nombre y un lugar bajo el sol. 

Por desgracia, no es mucho lo que se sabe sobre el oppidum original, más allá de que se situó en la conocida como Colina de los Quemados -vaya nombre poco prometedor, por cierto-, un promontorio asomado al río a cosa de un kilómetro aguas abajo del lugar donde Marco Claudio Marcelo, el pretor del momento, instaló en 170-169 a.e.c. el campamento militar que sirvió como punto de partida de la ciudad. 

La Corduba turdetana era heredera de una larga secuencia de asentamientos, desde la época calcolítica, beneficiándose de una posición estratégica que le daba control sobre el río y acceso a los recursos mineros de Sierra Morena y a los fértiles campos de cultivo de la Campiña Sur.  Pero de ella apenas si quedan vestigios. De los íberos de Córdoba, la colección del museo solo arroja luz sobre los del  sur de la provincia, rico en grandes yacimientos, como los de Almedinilla y Torreparedones, en Baena; un oppidum el primero y un santuario el segundo.

Hay pocas piezas, pero extraordinarias. Del Cortijo de las Vírgenes de Baena es una espectacular dama íbera, posiblemente una sacerdotisa, que se aferra la túnica en un gesto no se sabe si de angustia o devoción. Lástima que no haya llegado hasta nosotros su cabeza. La estatua decapitada acentúa el misterio que representa para el espectador la espiritualidad íbera.  Y de cerca de Baena, de Nueva Carteya, es el león, o la leona, que se enseñorea de la sala con su rígida y esquemática ferocidad caliza. Me detengo a observarla. Es una digna representante de lo que se ha convertido en la principal seña de identidad de los íberos de Córdoba: sus leonas, tan ubicuas y características, como, mucho más al norte, lo fueron los verracos para los vetones.















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