viernes, 10 de septiembre de 2021

IMILCE EN EL SANTUARIO DE AURINGIS (Galería de imágenes de la TRILOGÍA DE ANÍBAL XXV)


Me parece admirable cómo Sandra Delgado se supera a sí misma en cada ilustración para el libro de arte de la Trilogía de Aníbal, explorando nuevos ámbitos de la época en la que transcurren las novelas. Más allá de su extraordinario valor artístico, cada ilustración lleva consigo un minucioso trabajo de investigación en las fuentes académicas y arqueológicas. 

Esta escena de La cólera de Aníbal era especialmente retadora, con su carga de dramática espiritualidad. El resultado es impactante. Imilce, oficiando como sacerdotisa de la diosa Betatun, celebra ritos solares en el santuario de Auringis. En este caso la novela proporciona un guion que bebe directamente de las últimas investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en el oppidum jiennense de Puente de Tablas. No es de extrañar que lo que transcurría ante sus ojos causara en Aníbal tan honda impresión.

Aníbal miró a Sósilo y éste le devolvió un gesto mudo de estupor. El griego abrió la boca para decir algo pero le interrumpió un nuevo canto de los fieles congregados:

-¡Sálvanos, diosa redimida! ¡Sálvanos diosa que habita la luz y la sombra, la carne y la piedra! ¡Sacia el hambre de Neitin! ¡Entrégale la vida que anhela!

La mujer se puso en pie de nuevo, hizo desaparecer sus brazos fugazmente en el interior de su túnica y los alzó después dibujando con ellos curvas enfrentadas, imitando los cuernos del dios que presidía la escena desde el dintel de la puerta. Cada una de sus manos sostenía un puñal.

Fue la señal para que los hombres que llevaban a la cerda avanzaran hasta situarse a ambos lados del gran altar clavado en el umbral; el animal gruñó y pataleó en un estruendo de desesperación que pareció acompasarse al ritmo del tambor, cada vez más rápido, más rotundo, más inexorable.

La mujer se acercó y con uno de los puñales trazó un arco de plata que segó la garganta del animal, haciendo que sus chillidos se derramaran en un surtidor de sangre. Después, en una secuencia de movimientos que Aníbal apenas pudo seguir con la mirada, clavó el segundo puñal entre las ubres de la víctima y lo deslizó por toda la longitud del vientre. Éste se abrió como una fruta madura, desbordando una masa de pulpa rosácea sobre el altar.

Si quieres conocer los libros de la Trilogía de Aníbal:


 

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