Imagino que somos muchos los españoles, y también los hispanoamericanos, que arrastramos un sentimiento contradictorio en relación a la conquista y colonización de la América española, traídos y llevados entre exaltaciones imperiales y leyendas negras, respecto a las que nunca ha sido fácil encontrar el justo término medio de la perspectiva y la ecuanimidad.
Por eso acudimos con cierta expectación a visitar El itinerario de Cortés en la sala de exposiciones del Canal de Isabel II en plaza de Castilla. Y en general no salimos defraudados. El hecho de que se trate de un esfuerzo conjunto de instituciones españolas y mexicanas hace patente desde el inicio de la muestra un claro intento por evitar visiones unilaterales.
La Historia se presenta en la exposición como una sucesión de colonizaciones, como un palimpsesto donde cada capa del relato se construye sobre las anteriores. Así Medellín, lugar de nacimiento de Cortés a orillas del Guadiana, es en realidad el crisol de sucesivas colonizaciones: celta, tartesia, fenicia, romana, visigoda, árabe, cristiana. Esto disuelve el carácter singular de la colonización española de América, convirtiéndola en una etapa más de la larga secuencia de conquistas y mestizajes que configuran la Historia. Todos los colonizadores han sido previamente colonizados. En el caso de España, muchas veces.
Un detalle interesante: Cortés fue un hombre del Renacimiento que se debatió entre la educación humanista en Salamanca y su amor por la aventura. Entre otras cosas, de la primera se llevó a la segunda la fascinación por Alejandro Magno y Julio César.
Merecen una mención algunos documentos procedentes de archivos históricos, como la concesión de la Orden de Santiago y del privilegio de caballería a Martín Cortés, padre de Hernán. Me fascina el poder de los archivos de convertir a los personajes legendarios de la Historia en seres sujetos a los procedimientos administrativos y, por tanto, de carne y hueso. Unos pliegos de papel amarillento contribuyen más a la veracidad del personaje que todo el resto de la exposición. En ese sentido el mejor testimonio es, sin duda, la carta de deuda de Cortés a Luis Fernández de Alfaro, maestre de la nao San Juan Bautista, de once pesos de oro por el pasaje, en 1504, de Sanlúcar de Barrameda a Santo Domingo. ¡El Archivo Histórico Provincia de Sevilla conserva el protocolo notarial original del pasaje de Cortés a América! Increíble. Desde luego, entre otras cosas que nos quedaron de Roma está la obsesión por la ley de alto o bajo vuelo y los los legajos administrativos.
La exposición nos lleva a continuación al mundo azteca, con aquel prodigio de la antigüedad que fue la ciudad de Tenochtitlán. Las esculturas y los altares dan fe de la vinculación de aquel pueblo con el mundo natural de animales, plantas y fenómenos celestes de las civilizaciones politeístas. Las estatuas de Quetzalcóalt y Chalchiuhtlique tienen un sorprendente aire de familia con las damas oferentes ibéricas del Cerro de los Santos.
Contemplo una espada azteca hecha con una paleta de madera con lascas de obsidiana insertadas en sus cantos, y más que un arma parece un artefacto destinado a algún juego de pelota. No puedo dejar de pensar en lo distinto que hubiera sido todo si la América precolombina hubiera contado con la rueda, el caballo, el acero y la pólvora. Estos cuatro elementos juntos han escrito la sentencia de la Historia.
Llegando al final un panel muestra, al hilo de la reconstrucción de México-Tenochtitlán, cómo las colonias españolas se inspiraron en los principios de las fundaciones romanas. El texto resume: "La colonización española, claramente diferenciable del colonialismo mercantilista, más parecido a la colonización romana". Vaya, qué interesante, nunca lo había pensado en esos términos.
Como siempre ilustrándonos desde la primera linea. Gracias Arturo.
ResponderEliminarGracias a ti, Iñigo, un abrazo.
ResponderEliminarEsta en mi agenda próximamente....ineludible. Gracias Arturo
ResponderEliminarNo te defraudará, Atenea. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Arturo 👌👌👌
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