lunes, 21 de julio de 2014

Lo que ignoran los caravaneros (Maqroll el Gaviero en Sidney)


De vuelta en casa, bastan las 22 horas de avión y el efecto amnésico del paisaje cotidiano para que Sidney se apresure a volver a ser ese punto remoto en el mapamundi desplegado en la pared del estudio. Pero eso no significa que el viaje no haya dejado latiendo un pálpito regular y profundo como el de un metrónomo.

Me traigo dos ecos de Australia. El primero es el espectáculo de la bahía de Sidney desde la habitación del piso 19 del hotel. El sur del mundo se despliega más allá de la cristalera y se maquilla de luces y sombras asombrosas en el transcurso del día y la noche. El puente, ensartado de tráfico como un incesante caudal sanguíneo. La ópera con su aspecto de molusco de alguna olvidada era geológica. Los trasbordadores repasando la bahía con sus pespuntes de espuma que van y vienen, se enredan y se esfuman. El espectador se siente alojado en una órbita inmóvil trazada sólo para él. Observa las luces vibrantes cuando despierta en mitad de la noche, saluda al ribete anaranjado que anuncia en el horizonte el amanecer, descifra el engranaje de luz y penumbra que recorta al mediodía el sol de invierno.

El segundo son las andanzas de Maqroll el Gaviero enhebradas en los husos horarios por Álvaro Mutis para felicidad de los viajeros. Acostumbro a buscar la compañía de Maqroll cuando pongo rumbo a los últimos confines del planeta. Me hace sentir miembro de la fraternidad de los nómadas sin remedio, de los viajeros irredentos a los que se hacen tan escasos una vida como un planisferio. Atardece en la bahía y leo:

Caía la tarde creando esa atmósfera traslúcida que paree invocar un efímero instante de la eternidad en medio de la recién nacida presencia de cada objeto.

Despierto con la confusión de la distancia horaria y Maqroll me revela su secreto:

Se veía avanzar la noche con la premura de un deber cumplido desde siempre por poderes que no nos tienen en cuenta.

El amanecer es siempre un territorio poblado de hallazgos, y del deseo de emprender el vuelo:

A cada uno, allá adentro, le comenzaban a vibrar esas alas que se despiertan ante la emoción de lo desconocido y la cercanía de la aventura y que anuncian algo como una recobrada juventud, un mundo que se antoja recién inaugurado.

Eso son los viajes: palabras y paisajes, el rumor de multitudes de rumbos y gentes dejándonos su música como un perfume adherido en los contornos de la piel. Dice Maqroll en Sidney:

Una caravana no simboliza ni representa cosa alguna. Nuestro error consiste en pensar que va hacia alguna parte o viene de otra. La caravana agota su significado en su mismo desplazamiento. Lo saben las bestias que la componen, lo ignoran los caravaneros. Siempre será así.

19 de julio de 2014




3 comentarios:

  1. Buenísimo, Arturo. Es tan, no sé, ¿un devenir dentro del ser parmenídeo? Lo que sí sé es que son sensaciones bellas. Bonitas.

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  2. Yo iba a decir lo mismo que Javier, que es un sinvivir palmípedo... pero me lo ha pisado, por lo de palmípedo... En fin, que sí, precioso texto as usual y Maqrol un personaje, como Corto maltés, al que regresar de vez en cuando para descubrir los matices esquivos de otras realidades...

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  3. Javi, tu comentario es un claro ejemplo del valor añadido de tener un amigo filólogo clásico.

    Jaime, tu comentario es un claro ejemplo del valor añadido de tener un sinvivir palmípedo.

    Abrazos a ambos.

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