martes, 7 de septiembre de 2010

Lope de Vega y el alcalde de Madrid



Siempre que tengo reuniones de trabajo por el centro, trato de despistarle a la jornada laboral unos minutos para pasear por el barrio de las Letras. Me gusta tomar la línea 1 del metro hasta Antón Martín y salir a la calle Amor de Dios. Subo por Huertas hasta la plaza del Ángel para tomar un café en el Central, escenario de tantas dulces noches de jazz; bajo por la calle del Prado hasta el Ateneo, subo por León hasta Cervantes, y camino por ésta hasta la esquina con la calle Quevedo.

Allí miro a mi alrededor y disfruto del ambiente del barrio, hecho de madrileños de siempre y de madrileños recién llegados. Es uno de los lugares más prodigiosos del mundo. Allí, en un radio de cien metros, vivieron simultáneamente Lope de Vega, Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo y Luis de Góngora. En el punto en el que estoy se encontraron mil veces; se detuvieron a cruzar palabras y saludos más o menos amistosos, en una concentración de talento humano probablemente sólo igualado en la Atenas de Pericles.

El domingo fuimos Ángela y yo a visitar la casa de Don Félix Lope de Vega y Carpio, en el número 11 de la calle Cervantes (Don Miguel vivió en el número 2, y por un dudoso orden de preeminencia basado en la fama percibida por nuestros munícipes, al Fénix de los Ingenios le ha correspondido como premio de consolación bautizar la calle paralela, la del convento de las Trinitarias). La casa de Lope nos causó una honda emoción: el estudio donde escribió muchas de sus obras, su biblioteca, la cama donde murió. A modo de homenaje leímos uno de sus sonetos entre las frondas del jardín. Pero es triste este museo, precario y pueblerino. Uno se da una vuelta guiada de media hora y adiós muy buenas; no hay ni una librería para comprar alguna de las obras del genio. Nada. Y qué decir del lugar donde vivió Cervantes, rodeado de cubos de basura y de pintadas (la última foto que acompaña a este texto es del portal contiguo), o del lugar donde se levantó el edifico donde vivieron Quevedo y Góngora, propiedad del primero, señalado sólo por unas líneas grabadas con letras de metal en el pavimento.

En Francia, el Reino Unido o Alemania, disponer de un privilegio asombroso como éste hubiera hecho al barrio merecedor de ser convertido en un lugar de peregrinación. Habría centros de visitantes, rutas guiadas, librerías con las obras del Siglo de Oro en todos los idiomas, actores declamando fragmentos de aquella literatura maravillosa. Pero esto es Madrid, donde los alcaldes disputan una competición en la que sólo dan puntos esas obras públicas de pesadilla que nos impiden a los madrileños conciliar el sueño por las noches. Para qué aplicar la manguera y la escoba cuando es mucho más rentable aplicar el martillo neumático. Para qué aplicar la imaginación cuando es mucho más rentable tomarnos por tontos.

¿Habrá algún alcalde que comprenda que Madrid es la capital literaria olvidada del mundo? ¿Algún alcalde que se decida a combatir las pintadas que envilecen nuestro paisaje urbano, algún alcalde que entienda que aquellos grandes hombres fueron nuestros conciudadanos más universales, y más nuestros? Conozco lo suficiente a Jaime Lissavetzky como para pensar que él puede ser ese alcalde. Ánimo y suerte, Jaime.

Pero si me embarco hoy en esta digresión es para que se comprenda cabalmente por qué nos gustó tanto ir el viernes a ver la película Lope. He oído ya opiniones para todos los gustos. Voces cuyo criterio respeto más o menos se han apresurado a poner de manifiesto las limitaciones, los contras, los errores, las penumbras. Todo ello muy nuestro. Es España un país en el que, ante la duda, se prefiere criticar a pasar por simples; hay quien piensa que nada es tan sofisticado como aplicar el soplete de acetileno a la creación ajena. Me encantó, nos encantó Lope, porque, más allá de las eruditas exégesis de los méritos cinematográficos de la película, permite que quien nunca los conoció escuche en la pantalla versos maravillosos. Tal vez haya quien, como nosotros, busque después el soneto que sigue para aprenderlo de memoria. Disfrutadlo.

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño,
esto es amor, quien lo probó lo sabe.











6 comentarios:

  1. España y yo somos así, que dijo alguno. Yo creo que cosas parecidas pasan en otros lugares y que aquí, cuando se nos dan motivos, también sabemos sacar pecho. Quizá nos falte que en vez de tanta tontería absurda, de una vez por todas, quienes pueden hacerlo nos transmitan el orgullo de ser lo que somos sin chauvinismos, ni politiquería.
    En cuanto a la peli, mi aplauso y que haya muchas iniciativas así, eso es lo que hace falta. Ya cuando se anunció su estreno, yo pedí paciencia y tiempo, al menos para verla, porque ya la descalificaban sin que se hubiera estrenado. "Semos un poco brutos".

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  2. Cuánta razón tienes, Trecce. Intentemos al menos, desde nuestros humildes blogs, reivindicar estas cosas. Y hagamos lo que esté en nuestra mano para difundir nuestra buena literatura, porque nos hará más felices, y menos brutos.

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  3. Cuánta razón en lo que escribes, amigo. Qué pena que en estas calles de España nos movamos sin saber por qué memorias lo hacemos. Cuántos no sólo no han leído una sola línea suya sino que ignoran quién fue Concha Espina (dos veces candidata al Nóbel), cuántos se emboban y embotan con desprecio de lo que fuimos y somos... Vaya de despedida otro soneto de Lope:

    Ir y quedarse, y con quedar partirse,
    partir sin alma, e ir con alma ajena,
    oír la dulce voz de una sirena
    y no poder del árbol desasirse;

    arder como la vela y consumirse,
    haciendo torres sobre tierna arena;
    caer de un cielo, y ser demonio en pena,
    y de serlo jamás arrepentirse;

    hablar entre las mudas soledades,
    pedir prestada sobre fe paciencia,
    y lo que es temporal llamar eterno;

    creer sospechas y negar verdades,
    es lo que llaman en el mundo ausencia,
    fuego en el alma, y en la vida infierno.

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  4. Qué maravilla, amigo mío. Es, como siempre, un lujo tenerte por aquí, iluminándonos la mañana con los versos de Lope. Por cierto, habría que tomar alguna iniciativa para recuperar la figura de Concha Espina...

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  5. Que gran razón tienes, Arturo. Que desolador ver a que queda reducida la cultura en manos de políticos tan vanos. Y eso que este alcalde de Madrid se precia de ser melómano...imagina lo que sería Madrid en otras manos, basta con mirar a su número 3 o subir desde esas calles al centro de Madrid. No nos merecemos esto que sufrimos.

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  6. Así es, Juanrío. Lo importante es no dejar de dar la murga. Y, como tú dices, de imaginar. Un abrazo.

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