Julio César ha sido visto como la encarnación del
poder por antonomasia, como un icono para los imperios de Occidente en los
tiempos modernos. El mismísimo Felipe II se rindió a los encantos cesarianos,
haciéndose representar como el general romano en la estatua que se dedicó a sí
mismo en 1574, coronando una de las columnas de la sevillana Alameda de Hércules.