lunes, 24 de febrero de 2025

PRIMITIVA COMPLUTUM, LA CIUDAD BAJO EL TRIGAL (Tras las huellas de Julio César XXXI)

 


Cuando nos acercamos a Alcalá de Henares por la autovía A2, viniendo desde Madrid, a mano derecha, más allá del bosque de galería que señala el curso del río Henares, se alza el más meridional de los llamados Cerros de Alcalá. Es el Cerro del Viso, de San Juan del Viso o Monte Zulema, un típico cerro testigo de cuando los páramos calcáreos de Castilla no eran sino el lecho cargado de sedimentos del Mar de Tetis. Es precisamente allí adonde nos dirigimos. Hemos quedado con Sandra Azcárraga, la arqueóloga que, desde 2017, codirige el proyecto y las excavaciones de Primitiva Complutum, junto con Arturo Ruiz Taboada. Porque resulta que allá arriba, en la meseta llana que corona el cerro, se fundó y prosperó durante un siglo la antecesora de la famosa ciudad romana que puede visitarse hoy en los arrabales alcalaínos de la vega del río, y que da nombre a una de las grandes universidades de España. Yo mismo cursé en ella mis estudios de Química, hace ya un buen puñado de décadas, y sigo teniendo a gala mi pedigrí complutense. Del prestigio del viejo gentilicio romano da cuenta que cuando, en 1836 y por decisión gubernamental, la vieja universidad fundada por el Cardenal Cisneros en 1499 se trasladó a Madrid, no quiso dejarlo atrás. No pocos siguen pensando hoy en Alcalá que aquello fue una usurpación de identidad en toda regla, y creo que no les falta razón.

Sandra fue víctima de la fascinación por el lugar en 2011, cuando estaba realizando una tesis doctoral sobre la «Romanización del valle bajo del Henares» y abordó la fotointerpretación de las imágenes aéreas que existían de la superficie del cerro. Ya desde el siglo XVIII se sospechaba que, en lo que hoy es un gran campo de cereal de treinta hectáreas, con una dimensión aproximada de 1.000x300 metros, descansan los restos de la primitiva ciudad de Complutum. Los sondeos puntuales realizados en los años 70 del siglo pasado por Dimas Fernández-Galiano encontraron evidencias de la ciudad, incluyendo los de unas termas que parecían haber sido desmontadas, sugiriendo el abandono pacífico y planificado del lugar.

Aunque el uso agrícola prolongado durante siglos en el cerro ha causado enormes daños en el yacimiento, el mismo permitió que en 2011 Sandra hiciera un feliz hallazgo al examinar las fotografías aéreas del Instituto Geográfico Nacional. Debido a la menor altura que alcanza el cereal al crecer cuando encuentra piedra a poca profundidad, las imágenes aéreas revelaban peculiares patrones geométricos: ni más ni menos que los de la trama ortogonal, llamada hipodámica, de la vieja ciudad romana que dormía bajo los trigos. Y en ella salían a la luz evidencias de elementos de gran monumentalidad, como un teatro de cuarenta metros de diámetro, con el graderío excavado en la roca, muy similar a esa maravilla de la arquitectura romana, que hoy puede visitarse en las ruinas de Acinipo, cerca de Ronda. También podían reconocerse las trazas de lo que aparentaba ser un campamento romano, probablemente el que supuso el hito fundacional de la ciudad.

Todo esto nos lo cuenta Sandra, provista de fotografías y planos plastificados, cuando nos reunimos con ella en la zona militar, que ha preservado de la explotación agrícola una parte de la meseta que corona el cerro. El resto, la parte más extensa, cultivada, como hemos dicho, de cereales, es privada, lo que ha supuesto un enorme obstáculo para el desarrollo del proyecto.

―Es una pena―explica Sandra mientras echamos a andar hacia el mirador que domina el valle del Henares―; desde 2017 no hemos podido excavar más que en la zona militar, y gracias a que Defensa nos ha dado todas las facilidades. Pero en la finca privada, nada de nada. La Comunidad de Madrid anda en negociaciones para comprar la parcela; espero que lo consiga pronto, porque, mientras tanto, el arado sigue haciendo sus destrozos. Han aparecido en superficie hasta restos de mosaicos arrancados.

A la espera de que eso ocurra, Sandra y su equipo han centrado su atención en la calzada de acceso a la ciudad y en la ampliación, situada ya en la zona militar, que experimentó Primitiva Complutum hacia el sur, intercalando, año tras año, campañas de excavación y de georradar. Hasta el momento han hallado domus, un posible gran edificio industrial y calles que mantienen la orientación de las de la ciudad principal, pero ni rastro del asentamiento carpetano que debió motivar la instalación de un campamento romano en el lugar, el cual actuó como origen de la ciudad.

Le pregunto a Sandra si cree que ese campamento pudiera datar de la propretura de Julio César en el 61 a. C., cuando llevó a cabo su campaña contra carpetanos y lusitanos. Como siempre, la posibilidad de poder olfatear el rastro de César me pone alerta.

―Desde luego, un campamento cesariano es la primera hipótesis―responde Sandra―. Aunque necesitaríamos excavar para constatarlo. Podríamos ver, por ejemplo, si tiene las esquinas redondeadas características de los campamentos de los años 60 a. C. Y pudiera haberse instalado para rendir un oppidum carpetano, aunque el campamento era pequeño para los estándares romanos y no se han encontrado evidencias de combate.

―¿Habéis dado con restos carpetanos?

―Tan solo cerámica en superficie, pero no estructuras. Tal vez estén en la zona militar, mirando hacia el sur, hacia el Arroyo Pantueña. A ver si las campañas de georradar nos dan alguna pista.

Continuamos el paseo y Sandra va recreando ante nosotros la estampa de una gran ciudad que tan solo estuvo habitado durante un siglo, desde mediados del siglo I a. C. hasta mediados del siglo primero de nuestra era, pero que llegó a alcanzar una extensión de 35 hectáreas y a albergar hasta 10.000 habitantes, hasta que llegaron tiempos más pacíficos y se decidió trasladar Complutum a la vega del río, controlando la vía que conducía de Emérita Augusta a Caesaraugusta y Tarraco. Tal vez no fuera ajena a ello una posible escasez de agua en lo alto del cerro

―Seguramente ambas ciudades coexistieron durante un tiempo―prosigue Sandra―, es posible que, tras el abandono de Primitiva Complutum, el teatro pudiera haber seguido siendo utilizado por la ciudad de abajo. Pero no acabaremos de tener una imagen clara hasta que no excavemos. También deberíamos poder encontrar evidencias de la muralla que debió haber, pero que aún no ha aparecido, y del acueducto, que debió de distribuir el agua desde un sistema de pozos en lo alto del cerro. De momento―explica Sandra cuando nos acercamos a unas estructuras que afloran en el sembrado―, no tenemos más que esta antigua cisterna de hormigón, que debía dar servicio a unas termas.

Seguimos caminando sin levantar la vista del suelo, porque toda visita dirigida por Sandra se convierte también en una actividad de prospección, y pienso en la ingeniería y la mentalidad romanas: hormigón que perdura durante milenios, una gran ciudad que se desmonta un siglo después de haber sido fundada para reemplazarla por otra en una ubicación más conveniente. Llegamos hasta la calzada de acceso, de cinco metros de ancho, cajeada en la caliza. Avanzamos por ella hasta el terreno donde la campaña de este año ha buscado la necrópolis de la ciudad, dada la costumbre romana de situar sus áreas funerarias junto a las vías de acceso.

―No ha aparecido―explica Sandra―, pero intentaremos continuar el año que viene, para averiguar en qué dirección continuaba la calzada. En sentido contrario, hacia la ciudad, creemos que iba a conectar con el cardo máximo, seguramente a través de una gran entrada monumental. Y seguiremos con el georradar, pero es muy caro, ¡y hay tanto que hacer!

De camino hacia los coches, Sandra nos cuenta sus planes, que incluyen la musealización de los principales hallazgos realizados, como una gran domus excavada parcialmente entre 2017 y 2018. Para ello cuenta con una pequeña subvención del ayuntamiento de Villalbilla, el apoyo de un puñado de patrocinadores que admiramos su trabajo, la colaboración de los militares y la de las universidades públicas madrileñas que cada año asignan al proyecto una docena de estudiantes en prácticas. Y, sobre todo, Sandra cuenta con su pasión por la arqueología y su determinación de sacar a la luz Primitiva Complutum, la primera ciudad que fundó Roma en lo que hoy es la Comunidad de Madrid. Dicho sea de paso, los derechos de autor de este libro que tiene el lector en sus manos, así como los del que lo precedió, «Tras las huellas de Aníbal», se destinan precisamente a apoyar el proyecto.

Así es la arqueología. Hay proyectos que atraen la atención y las ayudas públicas, que cuentan con recursos para los investigadores y los visitantes, permitiendo arrojar luz sobre nuestro pasado compartido. Y hay otros que se abren camino poco a poco, navegando la precariedad, gracias al esfuerzo de los profesionales que creen en ellos. Por el bien de todos, ojalá que Sandra Azcárraga consiga hacer prender por fin el interés por desvelar los secretos de Primitiva Complutum, la primera ciudad madrileña, que prolonga su sueño milenario bajo el trigal.























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