miércoles, 7 de junio de 2023

EL FORO DE CÉSAR EN ROMA (Tras las huellas de César VIII)

 


Para quien siguen las huellas de César, llegar a Roma es encontrarse un festín inabarcable. Roma, más que una ciudad, es un milagro. El milagro del viaje del espíritu humano, de la perdurabilidad y la memoria, pero también de la erosión y la decrepitud del paso del tiempo. Roma no es eterna como no lo somos nosotros, pero tal vez sí represente como ningún otro lugar, aquello de lo que nos hace ser nosotros mismos que más merece la pena conservar.

Nuestro primer y principal punto de destino en Roma fue, como no podía ser de otro modo, el Foro de César, junto a la Vía de los Foros Imperiales. ¡Qué lugar tan asombroso, rodeado por el semblante aún visible de la Roma republicana e imperial y, al fondo de la avenida, el Coliseo como un trampantojo que desafía la imaginación! 

Una estatua en bronce de César, fundida en los años 30 del pasado siglo, cuando al fascismo le subía las pulsaciones rememorar las remotas glorias imperiales, preside el lugar. Los paneles informan al visitante: el proyecto del foro se puso en marcha en el 54 a. C. con la compra de las viviendas de la zona, que fueron demolidas para hacerles sitio al complejo. La consagración tuvo lugar ocho años después, en el 46 a. C., con tres de los laterales recorridos por columnatas porticadas que acogían tiendas y oficinas, y el cuarto y principal, presidido por el templo de Venus Genetrix, dedicado a la divina antepasada mítica de la familia Julia. La escultura de culto de la diosa, representándola con un Cupido apoyado en su hombro, fue encargada por el propio César al escultor griego Arcesilao.

El foro se mantuvo en su esplendor durante casi cuatro siglos, con la ayuda de una importante renovación acometida en el 113 d. C. por Trajano durante la construcción de su propio foro, hasta que un incendio destruyó el templo y causó grandes daños en el foro en el 283 de nuestra.

Hoy quedan en pie tres columnas, erigidas de nuevo en fechas recientes, recortándose contra el monte Capitolio y el cielo del atardecer romano. Producen esa ambigua sensación que siempre siembran en mi ánimo las ruinas del mundo clásico. La de un tiempo esculpido a escala humana que sigue preguntándose, en el silencio de la piedra, en qué momento perdió el rumbo. En qué encrucijada se extravió. 













4 comentarios:

  1. Fantástica entrada, como siempre. Me trae a la memoria un poema publicado con vosotros en Evohé
    .
    Motivos para un grabado

    «Buscas a Roma en Roma, oh, peregrino»
    Quevedo

    Llegas a Roma en taxi
    después de tantos años
    y llama tu atención
    —mientras cruzas el foro—
    la mirada profunda
    de los arcos vacíos.
    Si una imagen quisieras
    buscar de cómo el tiempo
    transcurre sin descanso
    y tal vez sin sentido,
    sin duda esta sería:
    arcos que dan a un cielo
    ajeno, inalcanzable,
    arcos que se han tornado
    en puertas imposibles
    que cruzan los deseos
    volviéndose recuerdos,
    arcos que van drenando el
    presente, sumideros,
    arcos por los que escapa
    el tiempo, sin retorno, ni asidero,
    y tú con él.


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    1. ¡Muchas gracias por el poema, me ha encantado volver a leerlo! ¿Eres Sergio?

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    2. El mismo 😀 No buscaba el anonimato. Fue involuntario . Estoy siguiendo tus huellas de Anibal y disfrutando mucho. Ya te contaré. Un fuerte abrazo

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  2. ¡Genial! Hablamos pronto. Un gran abrazo.

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