Pocos de
entre los pueblos que componen el mosaico de la Hispania prerromana resultan tan
fascinantes como los Vettones. A ello contribuye en gran medida el carácter de encrucijada, de
territorio intermareal que tuvo la Vettonia en relación a las muy diversas
influencias que se disputaron el occidente de la península hasta la
consolidación de la conquista romana.
El mundo vettón tiene un
carácter transicional entre el ámbito celtibérico –produciéndose en él una
marcada celtización a partir del s. V a.e.c- y el espacio de influencia
galaico-lusitana[1],
con elementos religiosos característicos de un sustrato protocéltico, sobre
todo en la zona occidental, como las saunas rituales, las ofrendas a las aguas,
las piedras de “responsos” y las necrópolis orientadas al lugar donde se pone
el sol en el solsticio de invierno[2], con las estructuras
funerarias principales dispuestas, a modo de mapa celeste, actuando como
marcadores astrológicos de los días más destacados del calendario celta. Todo
ello ejerció sobre mí una poderosa atracción,
anclada en la suerte de panteísmo lírico con que, en ocasiones, se expresa mi
emoción ante la naturaleza.
Esa personalidad de
encrucijada se manifiesta también en la panoplia guerrera, mostrando una
influencia celtibérica dominante, con sus fíbulas de caballo[3], los pequeños escudos
circulares –caetras- y las espadas
llamadas “de antenas atrofiadas”; y, al mismo tiempo, la cultura material
vaccea del valle del Duero.
Por si todo esto fuera poco,
la Vettonia recibió mucha influencia de Tartessos a través de la Vía de la
Plata, lo que le proporcionó una cultura más desarrollada que la de otros
pueblos de la meseta, y elementos identitarios de origen orientalizante tan
característicos como los famosos verracos. Investigadores como Martín
Almagro-Gorbea sugieren que la élite vettona pudo favorecer matrimonios mixtos
con mujeres tartésicas, lo que abrió el culto a Astarté por asimilación de esta con
alguna divinidad céltica como Ataecina.
En fin, como se ve los vettones
representan algo así como una ensalada antropológica que no podía dejar de
fascinarme, y buena parte de la tercera novela de la Trilogía, “La cólera de
Aníbal”, gravita alrededor de ellos. La opinión que Aníbal pudo formarse de los
vettones no la conocemos; probablemente estaba demasiado ocupado sometiéndolos a
sangre y fuego como para prestarles mucha atención. Tampoco sabemos lo que los
vettones pensaron de él. Aunque, visto lo visto, pongo a Ataecina por testigo de
que puedo imaginármelo.
[1] Jesús
Álvarez-Sanchís, El descubrimiento de los
vettones. Las Cogotas y la cultura de los verracos, Arqueología Vettona: la
meseta occidental en la Edad del Hierro, Museo Arqueológico Regional,
Alcalá de Henares.
[2] Martín
Almagro-Gorbea, Celtas y Vettones, Arqueología
Vettona: la meseta occidental en la Edad del Hierro, Museo Arqueológico
Regional, Alcalá de Henares.
[3] Veremos,
por cierto, lo extraordinariamente importantes que fueron los caballos para
este pueblo gobernado por una aristocracia ecuestre y un sacerdocio
institucionalizado con funciones astrológicas.
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