domingo, 17 de mayo de 2020

A PROPÓSITO DE LOS VETTONES (Tras las huellas de Aníbal XXII)



Pocos de entre los pueblos que componen el mosaico de la Hispania prerromana resultan tan fascinantes como los Vettones. A ello contribuye en gran medida el carácter de encrucijada, de territorio intermareal que tuvo la Vettonia en relación a las muy diversas influencias que se disputaron el occidente de la península hasta la consolidación de la conquista romana.

El mundo vettón tiene un carácter transicional entre el ámbito celtibérico –produciéndose en él una marcada celtización a partir del s. V a.e.c- y el espacio de influencia galaico-lusitana[1], con elementos religiosos característicos de un sustrato protocéltico, sobre todo en la zona occidental, como las saunas rituales, las ofrendas a las aguas, las piedras de “responsos” y las necrópolis orientadas al lugar donde se pone el sol en el solsticio de invierno[2], con las estructuras funerarias principales dispuestas, a modo de mapa celeste, actuando como marcadores astrológicos de los días más destacados del calendario celta. Todo ello ejerció sobre mí una poderosa atracción, anclada en la suerte de panteísmo lírico con que, en ocasiones, se expresa mi emoción ante la naturaleza.

Esa personalidad de encrucijada se manifiesta también en la panoplia guerrera, mostrando una influencia celtibérica dominante, con sus fíbulas de caballo[3], los pequeños escudos circulares –caetras- y las espadas llamadas “de antenas atrofiadas”; y, al mismo tiempo, la cultura material vaccea del valle del Duero.
Por si todo esto fuera poco, la Vettonia recibió mucha influencia de Tartessos a través de la Vía de la Plata, lo que le proporcionó una cultura más desarrollada que la de otros pueblos de la meseta, y elementos identitarios de origen orientalizante tan característicos como los famosos verracos. Investigadores como Martín Almagro-Gorbea sugieren que la élite vettona pudo favorecer matrimonios mixtos con mujeres tartésicas, lo que abrió el culto a Astarté por asimilación de esta con alguna divinidad céltica como Ataecina.

En fin, como se ve los vettones representan algo así como una ensalada antropológica que no podía dejar de fascinarme, y buena parte de la tercera novela de la Trilogía, “La cólera de Aníbal”, gravita alrededor de ellos. La opinión que Aníbal pudo formarse de los vettones no la conocemos; probablemente estaba demasiado ocupado sometiéndolos a sangre y fuego como para prestarles mucha atención. Tampoco sabemos lo que los vettones pensaron de él. Aunque, visto lo visto, pongo a Ataecina por testigo de que puedo imaginármelo.


[1] Jesús Álvarez-Sanchís, El descubrimiento de los vettones. Las Cogotas y la cultura de los verracos, Arqueología Vettona: la meseta occidental en la Edad del Hierro, Museo Arqueológico Regional, Alcalá de Henares.
[2] Martín Almagro-Gorbea, Celtas y Vettones, Arqueología Vettona: la meseta occidental en la Edad del Hierro, Museo Arqueológico Regional, Alcalá de Henares.
[3] Veremos, por cierto, lo extraordinariamente importantes que fueron los caballos para este pueblo gobernado por una aristocracia ecuestre y un sacerdocio institucionalizado con funciones astrológicas.


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