Con todos los años que llevamos viniendo a Tarragona y teníamos pendiente aún visitar el anfiteatro. Debe ser porque en verano reverbera bajo el sol como una sartén calcárea y nunca nos habíamos atrevido a salir al ruedo, nunca mejor dicho. Pero en este suavísimo día de diciembre, el penúltimo de este turbulento 2022, cayendo la tarde, era sencillamente irresistible.
Qué lugar tan espléndido. Se desciende hasta él por unos jardines encajados en el costado de la ciudad que ofrecen una vista espectacular sobre la antigua almendra de piedra del anfiteatro. Más allá, el Mediterráneo semeja una lámina de reflejos metálicos sobre la que espera, pacientemente, su turno para atracar en el puerto, una flotilla de mercancías y petroleros.
En el punto de acceso al recinto, nos descargamos la audio guía y accedemos al óvalo de arena por la imponente galería, enmarcada por sillares milenarios, de la porta triunfalis. Allí nos espera una acumulación de estratos de historia como un palimpsesto de siglos escrito, no en pergamino, sino en piedra.
Fue construido por el flamen local en el siglo II d. C. y engrandecido por el emperador Heliogábalo en el siglo siguiente. Tras el cese de su uso original y su abandono, el recinto fue utilizado para erigir una basílica visigoda rodeada por un cementerio en el siglo VI. Más tarde el mismo emplazamiento sirvió para acoger a la iglesia románica de Santa María del Miracle en el siglo XII. También el momento de esta pasó y sobre sus restos se alzó en el siglo XVI el convento de los Trinitarios, en cuya ruina se habilitó en el siglo XIX el presidio provincial.
¿Alguien da más? Es difícil encontrar otro testimonio de continuidad histórica como este, y de todo ello queda huella en el espacio del anfiteatro. Ante los ojos de los visitantes se muestra cómo sobre el genio de los ingenieros romanos se ha ido construyendo todo lo demás. Los cimientos romanos son los que se apoyan en la roca madre; todo lo demás se ha levantado sobre ellos.
Es un buen símbolo de lo que representa para nosotros la civilización clásica: el cimiento. Aunque es importante recordar que este pacífico lugar acogió en su día los espectáculos más crueles, incluyendo la quema en la hoguera de los primeros cristianos de la noble Tarraco. También eso está presente en los fundamentos de la civilización occidental: la intolerancia, el militarismo y el festivo derramamiento de sangre, combinado con la más duradera ingeniería y el más exquisito espíritu artístico. Y, a la luz de la historia de Europa, hay que ver qué difícil nos resulta dejar atrás nuestro lado oscuro, venga de donde venga.
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